lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Cómo resumir un día genial en 4 palabras?

Nieve. Topos. Más nieve.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Zen


Ya sonó el despertador, rompiendo el silencio con su industrializado pitido, tan calladamente que me parece el cantar de una rapaz de latón que se abalanza contra mí para arrancarme las sábanas. No hace mal día. Arrastrando los pies me dirijo a la ducha y, bajo el ardiente chorro de espuma, los minutos se vuelven horas, yo me vuelvo agua y el agua fuego. Tiemblo al salir. Toca vivir otro día de autobús, zapatos y rutina, tan repetitivo y tan intrigante. El otoño se asoma tímida al balcón mientras que al verano le cuesta abandonar su trono. Le agarramos con demasiada fuerza. Legañas y ojeras me saludan por la calle, y yo intento aislarme del brutal ruido de los motores, que ahogan mi tímpano con su humo asimétrico.

A la vez que un electrón colisiona con un núcleo mi bolígrafo se agota, y viendo el surco seco dejado sobre el folio le envío un pensamiento al árbol de donde salió. La danza de Shiva no se detiene y yo continúo igual, impermanente. Estando con mis amigos las risas llueven sobre el tejado. Quedaremos esta noche, tranquilos, daremos una vuelta y el cielo se pondrá del revés. Por fin, logro escapar atropelladamente de las ecuaciones, con ganas de comerme el mundo y un buen filete. Me fijo en el paisaje, los edificios dejan de ser edificios y el río deja de ser un río. Y como los contrarios se complementan me trago un polvorón para apagar mi sed a la par que me abrigo bien para dejar de tener calor. A lo mejor así me pongo moreno de una vez.

En mi casa tengo uno de los pocos momentos de relajación que puedo disfrutar. Agarro la guitarra y la aporreo un poco. Rasgo las cuerdas sin fuerza, mis manos se dirigen solas, espontáneas, sin pedir permiso a nadie, hasta que me fundo con la sugerente forma de esa inmóvil oscilación. Todo vibra y ya no me encuentro. Perdido por el Tao de las eras milenarias, otro que fluye sin fluir, de los que bailan con tambores. Llega la hora y toca avanzar. Ya me dejaré llevar otro día. Otro día.

Alguna vez se me ha ocurrido pensar que somos una broma, personajes de videojuego, el sueño de Brahmán, sombras en una caverna... Todo tan misterioso y tan familiar que el que crea comprenderlo sin duda está en un error. En esta rueda de creación y destrucción nada es lo que parece, y todo parece ser tal y como es.

Paseando, observo con ella el atardecer, cómo la piedra se vuelve incandescente y el horizonte sangre. Su abrazo cálido me hace darme cuenta que sigo aquí, que nada ha cambiado, que nada es igual. Los cuatro elementos son insuficientes para llenarnos. Los edificios vuelven a ser edificios y el río vuelve a ser un río. La cojo de la mano y siento sus arterias palpitar. En sus ojos está toda la magia del mundo, condensada preciosamente. Mientras la beso otro ciclo se ha cerrado para dejar sitio al siguiente, en un fluir constante y cambiante, como el viento, como el mar.

El despertador vuelve a sonar.

Desvaríos


No os escandalicéis, no me miréis raro. Pestañead, como pestañea normalmente la gente, como pestañea el mundo, día y noche en una décima de segundo. Hoy he visto a la muerte en cada uno de nosotros. Somos pequeños sacos de órganos cubiertos de piel muerta. Esto no lo digo yo, lo dicen los señores de bata, con sus serruchos y sus pinchos esterilizados, mientras lanzan desgarrados miembros por la ventana como pájaros desorientados.
Sin embargo, no es tétrico. Esa visión me ha parecido maravillosa, reveladora. La muerte se presenta en cada chasquido, todo degenera, pero en cada paso algo nuevo nace. Equilibrio. Equilibrio que todos necesitamos de vez en cuando. La fugacidad de la vida, la evolución del universo. Entropía. Visionando la muerte somos más conscientes de la vida. Es el satori, el escalofrío, la iluminación que recorría al samurai cuando ya no tenía nada que perder, inundándose de vida.
Veo los anuncios de cremas rejuvenecedoras, y sólo veo apego, apego a una belleza destinada a morir. Todos tendremos arrugas, nuestra piel colgará flácida. Aceptadlo. Sin embargo lo fugaz es más bello que lo eterno, precisamente por lo breve que es, gana por intenso.
Pero no queremos eso, queremos que lo bueno dure para siempre, pobres ilusos. Nos aferramos al tronco de la orilla en vez de aceptar nuestro destino y lanzarnos a la corriente. Cada instante nos baña un río nuevo, nuevas experiencias, que dejamos pasar por extrañas. No, no, no. Nos engañamos. Somos felices así, el cambio asusta.
Hoy me he empezado a soltar, quiero acompañar a los nuevos brotes de los árboles en su viajar hacia el otoño. Ese otoño que ya llevan impresos en sus jóvenes células, ese amarillo, marrón, esa putrefacción que los llevará de nuevo a la tierra, de donde salieron. Es el ciclo, es la rueda del karma, que no deja de girar, esa fuerza que impulsa el fluir del espacio-tiempo. Ese es el ciclo, y yo, como todos estoy dentro, girando, dando vueltas por recorridos distintos a cada vez. Es hora de estirar las piernas un poco ¿Os unís?

sábado, 25 de octubre de 2008

Al Caracol de Zacut


Era de noche y sin embargo llovía. Desde los lacerantes bordes de un verde vergel las sibilinas fauces de un gasterópodo legendario vomitan secretos jamás descifrados por los sabios eternos, llenos de ceniza y capital, ausentes, desprovistos de las velas de su propio entendimiento. Su caparazón es mi universo, cosmos que arroja las armónicas formas de su porte, espiral áurea como mi voluntad inquebrantable, autodestructiva como toda inmortal necesidad de creación. Por su superficie vuelan determinantes y tensores que restringen hasta las más básicas propiedades. Todo está escrito, marcado a fuego, atado con el sudor del viejo péndulo quebrado. Poco a poco fuiste avanzando por sendas crípticas, conocimientos arcaicos, canónicos decrépitos axiomatizados, carcomas cuánticas y vórtices espacio-temporales con cierto sabor a homomorfismo. Y en una horrible muesca de disgusto académico, tu talante y aquella soñada imagen romántica del descubridor enclaustrado bajo viejos tomos de olvidada ciencia se tornaron polvo, lodo y babas que cubrían todo el camino. ¿Dónde está ahora tu Mesías? En el fondo de una mugrienta cuenta corriente. Vectores y funciones vueltas oro y beneficio, autovalores del estado. ¿Para qué cavar más hondo si no hay petróleo en los límites de la realidad? Quizá arrancándote los ojos veas más lejos de lo que muchos lo hacen, que no vislumbran más allá de los Nóbel (miserables noveles almas), de Suecia, con sus coronas dadoras de reconocimiento, prestigiosas, prestidigitadoras, ilusionistas, ilusas, como aquellos.
Oídme guerreros del número pi, de la orden de los 2,7182... iluminados irracionales, incorruptibles maestros criados por las ubres electromagnéticas. A todos, a vosotros, os llamo, para que alcéis la voz, para que el dinero no sea el maestre que dirija la logia del físico acelerado por inducción, del armónico oscilador, del explorador de lo inconsciente, de la consciencia sin materia y la materia sin consciencia, sin ser consciente de todo tipo de partículas y lucecitas de colores psicodélicos en un mundo sin forma ni razón de ser, o ¿quién sabe?
Pensad en ese dulce caracol que un día desafió al poder establecido y murió en el empeño, para que su profunda mirada y su épica gesta pasen a la posteridad y ahí, anclado en el techo de Zacut (que no en el busto de Palas, que eso era un cuervo...) rememora viejos tiempos y posibles futuros de un multiuniverso cuántico donde quizá (que alguna probabilidad hay) paste feliz, babeando las nieblas de la ignorancia y sacando los cuernos (por definición de caracol) al sol que reside en cada uno de nuestros corazones (uno por habitante, que yo sepa). No dejes de rociarnos con tu sabiduría cuando, pobres de nosotros, pasemos bajo tu severa estampa, con el alma contraída por el olor del miedo. Danos la fuerza de tu espíritu infinito, frente a ti nos postramos.
Faeriel (físico en particular y surrealista en general)

viernes, 24 de octubre de 2008

Fractal


No sé por qué a veces me siento inclinado a pensar, más bien masticar, ideas que de por sí son lo suficientemente obvias para considerarlas estúpidas. Que no somos nadie, que nada tiene sentido, que hay que vivir la vida con intensidad. Son olas que arremeten contra nuestra estabilidad cuando caemos presos en las garras de la rutina. Y todo tiene sentido, al menos entonces. La realidad cambia, tu mirada penetra en los objetos, te ríes del aire como un esquizofrénico en un momento de claridad. Entonces, sólo entonces notas, profundizas, escuchas la canción que te gusta, u otra que te apetezca y recoges, aprehendes su sentido más profundo. De repente, con un shock, entiendes. Sus frases te enseñan otra experiencia, te cuentan otra historia que permanecía flotando entre las cuerdas de una guitarra. Y tú te sientes indefenso, porque te ves reflejado, en la más grande libertad, como el vértigo que se siente en medio del mar. Y allí, sin apoyarte en nada ves que todos tus horizontes están abiertos, el mundo no tiene fronteras para tí, y es por eso que no te atreves a moverte, más que nada porque si te declinas hacia un objetivo caerá una losa sobre tu libertad. Por eso sigues callado, pensativo, tumbado en la cama mientras el cigarro se consume entre tus dedos. Pero no tienes la culpa, salvo tu predestinación por meditar en exceso.
Te atreves a hacer lo que nadie ha hecho, innovar, pero nada te agrada. Una mente indómita que vaga por mundos psicodélicos, pero no hay nadie detrás, tan solo una nota sostenida en un pentagrama oscilante. Las identidades danzan y te ves a través de los ojos de un extraño, que te vigila sin comprender mientras que tu observas el horizonte con agujeros negros por ojos.
Miremos más que somos padres del porvenir que hijos de nuestro pasado, una voz grita desde un muelle cableado, desde un interior. A la vez, agito las espirales que la cucharilla crea sobre el café. El caos, según parece, existe más allá de lo que no resulta. Da la casualidad que colocas mal unos dedos, un acorde equivocado y surge poderosa una melodía que evoca a personas que se perdieron por el camino, olvidadas quizás por el bien de ambos, por la continuación sin interferencias de dos mundos distintos, multiformes. Y se convierte en algo especial para ti, lo repites y tiemblas, puede que con algo de sonrojo acto seguido.
Entonces sabes que has dado con algo importante, tanto como para zambullirte en un gas de colores emergentes, que descubres y sientes. Aun así, a veces me olvido de mi mismo, de los demás, del mundo y vuelvo a la rutina como un perro apaleado buscando el perdón de su dueño, por costumbre y por miedo al vacio. Intentando volver para experimentar de nuevo y con fuerza la rotura y violenta emancipación de lo cotidiano. Porque lo necesito, ambas cosas, las necesito, en su justa medida, pero las necesito.

La vida de un electrón


Desde que tengo conciencia de mí mismo ha sido un no parar. Las transiciones y los largos viajes han dominado mi existencia, si eso tiene sentido. Siempre buscando a alguien que me atrajese, alguien con el que unirme para siempre y formar algo más, alguien que se convirtiese en el núcleo de mi vida. No, no encuentro ridículo que mi universo gire en torno a una sola persona, no soy de esos que buscan un roce de una sola noche, un “hola nena, ¿estudias o trabajas?”. Supongo que soy estúpido o enamoradizo (estoy en proceso de encontrar la diferencia).
Ayer creí encontrarla, mi media naranja. Perfecta, no tengo palabras. Me acerqué con cautela y caí en sus redes. Por fin, completo, en equilibrio, mi alma encontró la neutralidad que necesitaba. Nunca creí en eso de que los polos opuestos se atraen, pero de todo se aprende
¿Y mi actual infelicidad? Nada, lo de siempre. Alguien se interpuso entre nosotros. Un tipo con estudios, buen porte, bata blanca. Científico, creo. Me arrancó de sus brazos, premeditadamente, claro, que así son todos, y me lanzó cruelmente contra una pared. Jugó conmigo. Le divertirá ver cómo me golpeo y mi vida se hace añicos. Seguro que no he sido el único, pero nunca he sentido alivio propio del dolor ajeno. Otra vez, perdido en un vacío insulso, rodeado de nada.
¿Y a la gente le extraña que sea tan negativo?

jueves, 9 de octubre de 2008

Anatma

¿Quién sois vos? ¿Quién? Tú me conoces: camino contigo, sonrío, miro, respiro. Sabes quién soy. ¿Por qué entonces esa constante necesidad de que me reafirme a mí mismo? Sé que cambio, no soy el mismo que hace un segundo, pero tampoco soy distinto. Y como el resto de la humanidad trato de aferrarme inútilmente al ahora, al yo, a una identidad tan vacía como el viento.
Todo lo que hago, digo, pienso. Todo. Todo lo olvidáis, cada estremecimiento, cada suspiro. Yo lo agradezco, pero tampoco lo agradezco, porque se va depositando poco a poco el polvo del abandono sobre el hueco que debiera ocupar mi certeza. Me preguntáis si continúo errando, soñando, viviendo, os asusta el cambio. Mientras tanto una vela se va consumiendo en el alféizar.
Puede que a veces me comporte como un animal; quizá a veces piense como un árbol, extendiendo mis brazos al cielo y respirando luz, y ¿qué hay de malo en eso? No soy distinto, y sin embargo lo soy. Lo soy porque así habéis querido. A vosotros, que tan seguros estáis de lo que pensáis, os digo: no hay verdad absoluta, sólo puntos de vista que divergen sin control. Cada uno contiene un mundo en sí, y por desgracia, incapaz es de vislumbrar el de su vecino sin cegarse con un sol extraño. Y yo tengo que vivir con la incertidumbre al mañana, a esa barrera de silencio artificial y ruido rancio que se cierra ante mis ojos. Trato de escalarla y me quema la garganta, me tiemblan las penas. Quizás sea mejor así, si incluso una enmarañada lágrima, la vidriosa telaraña que un día fui me mira desde un rincón oscuro, señalando mi lengua, mis manos, mi piel, pensando y negando que un día fueron suyas, esas, pero no las mismas, otras.
Yo sollozo, me arrastro, le repito que no, no los dejé. Evité que me transformaran en un número, cualquier cifra, otra ficha de tantas, un BIT, más cero que uno. Sus ojos se muestran fríos. No sé si me creerá, ni si le importará. Sólo sabe que no soy él, que un día nuestros caminos se separaron. Y allí sigue, aquí sigo. Vigilado por una gélida imagen del pasado. Ahora sólo me queda el sabor del rechazo, el seco olor de una palmadita en la espalda mientras te dirigen a la puerta. Pero eso es lo que tengo, sobre ello me sostengo, mis cimientos.
Y como siempre, o aproximadamente, en un ciclo infinito (¿he pasado por aquí antes?), continuaré respirando, mirando, sonriendo, caminando contigo. ¿Hacia dónde? Hacia ningún lugar. Allá donde habitan los miedos. Más allá, donde tú sabes. Aquí no, más allá.

lunes, 6 de octubre de 2008

Loco


Miro, oigo, sueño entre brumas. Camino, floto, aspiro mi memoria. En las tardes de otoño me gusta respirar. El aire es tan puro que incluso el vacío se siente sucio. Paseo por las calles sin rozar el suelo, mi cuerpo arrastra al alma como un globo de feria, fuera de sí, tan fuera.

Pero me siento lleno, inmenso, rebosante de nada, de todo. Poseo la fuerza necesaria para romper la realidad de un golpe certero. La vida me intriga tanto como para exprimirla hasta el fin. Al cruzarme con sus caras ausentes, lejanas, padezco desde rabia hasta incertidumbre. Viviendo en cáscaras vacías, con pies de trapo y polvo en las retinas. Contemplando atardeceres llenos de mentira, objetos que no existen. ¿Quiénes sois? Los que habitan en la oscuridad no temen ser deslumbrados pero se pierden el candor de la llama viva.

En las tardes de otoño me gusta meditar. Con mi antorcha asusto a la penumbra. Temo acercarlo demasiado a vuestros ojos, pues podríais cegaros. Quisiera despertaos, mostraos mi mundo, un mundo que ni yo entiendo, en el cual las contradicciones son necesarias como un pilar maestro. ¿Quién tiene el derecho?¿Quién la autoridad para discernir entre la cordura y la locura? ¿Qué son ambas salvo meras palabras creadas por una mente ya de por sí enferma? Desde la ardiente oscuridad me acusáis de blasfemo, teméis mis acciones, me miráis con desprecio. Al menos yo dejé de confiar en mis sentidos tiempo atrás. Nada existe hasta que es observado, mundo de espectros; todo existe hasta que es corrompido por la consciencia.
Nada tiene sentido salvo la nada, pero no me hagáis caso. ¿Lo creo yo? Soy un perturbado, un loco, tan loco que se encuentra en el límite de la cordura, un personaje socialmente perdido... que busca encontrarse.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Pobre Princesita


Esta es la historia de una princesita. Una de las de antes, las de torretas vetustas y corazones empolvados. Un día cualquiera, un día de tantos, permanece apoyada en el alféizar, como siempre, intentando lo más que puede no ensuciar su vestido de Zara, jugueteando con un frasco de Chanel nº5, embebida en gráciles ensoñaciones que la aíslan más que la oscura morada en la que habita. ¿En qué piensa la princesa? En parajes encantados y románticas historias de amor, dragones y príncipes, ilusas realidades y realistas ilusiones.

Bajo su torre germinan las flores.

Procurando no fruncir el ceño, pues lo último que quiere es erosionar su joven rostro, rememora su intensa vida. No más que una lágrima recorre su albina piel. Toda su vida la pasó encerrada en aquella habitación, por su protección, por su aislamiento, por sus padres, pero eso le dio alas a su imaginación. En esto ayudó la blanquecina imagen de un televisor. Le habló de magia, heroísmo, aventura y romance. Ella bebió sus historias y las reprodujo una y otra vez en su mente, la única realidad que conocía. ¿Qué imagina la princesa? Un rescate épico de su celda, un caballero idílico, un primer beso.

En los prados adyacentes todos hacen sus vidas, hablando, riendo.

A ella le gusta mirar por la ventana, le hace sentir que todavía forma parte del mundo. Saluda a la plebe que la mira con tristeza desde abajo, tan abajo. Ella está por encima de todo y de todos, o eso dice. Y a veces le gusta la seguridad que proporcionan esas frías paredes. Mira su móvil de última generación, con cámara, video, música, juegos... cuanto más mejor para no fijarse en su agenda vacía. Pero ella está por delante, lleva la mejor ropa, viste mejor que nadie. Estar en la cima tiene sus sacrificios, o eso afirma. ¿Qué ve la princesa? Belleza eterna, glamour desbordante, hipocresía aristocrática, un voluntario autoengaño para darle sentido a su vida.

En el bosque el vagabundo habla con la naturaleza, envuelto en harapos, envuelto en sabiduría.

El corazón de la princesa se encoge al pensar en todas aquellas personas que no podrán disfrutar de su posición privilegiada. "Miserables de ellos, porque cualquiera querría estar en mi posición", afirma, "Una posición que imitar, una posición que envidiar". Nadie sabe divertirse salvo ella. Los muros que cubren su alma nunca se romperán, tan acostumbrada está a ellos. Y mientras baila una pegadiza sintonía en una conocida discoteca del centro observa a sus amigas, sus conocidos, el resto... aunque pueda rozarlos ella sabe que están decenas de metros por debajo de su torre, nadie logra alcanzarla, ni siquiera ella misma. Eso le gusta. Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios.

Pobre princesita, que no sabe vivir. Pobre mujercita, que respira anclada en su mundo rosa, mientras sigue pensando que los chicos que intentan ligar con ella se interesan por su interior. Pero le da igual. Al fin y al cabo está acorde con la moda, ¿no?

martes, 30 de septiembre de 2008

Historias que contar


No sabéis lo que me pasó el otro día, no os lo imagináis. Os lo contaré:

Iba yo caminando por las calles empedradas, por las pulidas calles iba, entre casas vestidas de arenisca, casas que miran a los siglos con porte altivo, cuando una pequeña voz me llamó. Tan vaga que luchaba por no ser arrastrada por el viento. Nadando contra corriente, se aferró a mi oído y quedamente me llamó. "Pablo, ven", me dijo, "ven aquí, no te alejes".

Como guiado por una luz, por las musas o por aquél fino hilo (¡qué más da!), me acerqué a su origen. Allí estaba musitando, con su alma contraída por el sabor de un desaliento, extrañas letanías, un polvoriento libro.

Miré a un lado y a otro, de una forma u otra, buscando un posible dueño que despistadamente olvidara su compañero. "Mi dueño es el mar, que vagabundea respirando el azufre del Sol y el nácar de la Luna", me contestó orgulloso, sujetando como pudo su carcomida envoltura de piel.

Con delicadas manos lo atraje hacia mi y lo apreté contra mi pecho. No muy fuerte pues tenía miedo de destrozarlo. No muy débil, pues era un tesoro perdido entre escombros. Aun con ese aspecto el libro tenía buen humor, ya que para él un abandono significaba la posibilidad de poder seguir contando su historia a cualquiera que estuviese dispuesto a escucharlas.

"He recorrido ciento doce naciones, unas resplandecientes, otras bajo el yugo de la opresión. En unas vi las pálidas estrellas gimotear, en otras las flores riéndose a carcajadas. Sobre mis hojas han caído penas e injusticias, hojas de otoño, y por su aspecto adivinarás cómo las lágrimas han doblado su superficie, dorándola con sentimientos, y cómo las risas han arrancado palabras de cuajo. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, si más de lo que no.

De las aventuras que fluyen como ríos de lava por mis esquinas han bebido sabios y mercaderes, necios y abogados (que no son grupos bien diferenciados), todos leyeron lo mismo, ninguno leyó lo mismo, y pocos llegaron a la misma conclusión, miraron detrás de todas las cortinas. Tal es mi poder, tal mi desdicha. Portador hoy y por siempre de una fortuna eterna, carcelero de palabras. Aferrado a un viejo cadáver, fui yo su último fruto. Pensado para ser leído, mucho tiempo acumulé suciedad, sirviendo de adorno en una estantería. Mas mi espíritu viajero se antepuso y escapé, pasando de mano en mano, de hígado a corazón, de corazón a cerebro. Órganos con pies y manos que agitaban mis mensajes como bandera revolucionaria. He vivido en bolsos y cajones, siempre dejando un pedazo de mí en cada ojo que reposaba en mi regazo. Allí donde me necesitan estaré.

Ahora que tú me has encontrado tres deseos te cumpliré. Te prometo cambiarte la vida, abrirte una puerta sin cerrar una ventana. Traspasar la atadura del espejo y apagar el alienante influjo del televisor. Ahora te toca a ti. Vive."

Y ese fue su sueño y su discurso. Posiblemente repetido en más de una ocasión, memorizado tal vez, pero que no perdió su poder evocador. Y con esta cantinela se vino conmigo, o yo con él, con el pensamiento de que no sería para siempre, pues tan egoísta no soy. ¿Quién es capaz de retener al viento?

domingo, 28 de septiembre de 2008

La música tiene algo


La música tiene algo indescriptible. Un efecto sedante y estimulante a la vez (indefinible, vamos, o al menos para mí). Cuando llego a casa, agotado por la civilización, me gusta aislarme en mi cuarto, escuchar mis canciones preferidas y dejarme llevar.
Se siente uno tan bien, olvidado del mundanal ruido. Todos los males salen derrumbados por los acordes precisos. Se olvida uno del jefe, de la familia, de ese chicle en el zapato, de las inclemencias del tiempo, del coche, los atascos, la política… ¡Silencio!, está sonando un Rock. El hambre en el mundo, los muertos en las guerras, los niños explotados, niños sin infancia, todo es más lejano.
Nada existe. Las mujeres maltratadas, la xenofobia, los muertos en el estrecho, los dictadores… Odio, amargura, dolor. ¿Notáis cómo se difuminan? Ya no hay gente que sufre, la Naturaleza no se muere, “catástrofe” no está en el diccionario, la polución es un invento, como el cáncer y el sida; los señores del terror, los que matan por sus ideologías, un sueño, una pesadilla que se evapora. Todo es paz.
Sí, definitivamente uno se siente relajado, como en otro mundo. Otro mundo. Como si nada fuese real. No puede ser real. Pero, entonces, ¿por qué estoy llorando?

sábado, 27 de septiembre de 2008

Vivo

El placer de un futuro imprevisible, el gusto de una indeterminación constante.

La agonía de un destino que nos llega a cuentagotas.

Pero querer descubrir tan pronto no es recomendable.

Mientras tanto, anclados en un presente cada vez más interesante y extraño vemos cómo ese fluir continuo de instantes nos cala con su peculiaridad.

Es bueno mirar hacia ellos y sonreír. Ya que no se pueden controlar lo mejor es disfrutarlos, ¿no?

Porque no volverán y no sabemos qué nos traen. ¿Querríais saberlo?

Yo no quiero estropearlo conociendo el final, eso le quitaría la emoción de lo desconocido.

Y esa emoción es la que me hace sentirme vivo.

Porque estoy vivo. Y lo noto.

Y tú...¿qué?

sábado, 13 de septiembre de 2008

Requiem por una flor

Hace dos días, cuando salí de casa temprano para dirigirme a la biblioteca mi vista se posó en un rincón entre los dos peldaños que separan mi casa de la calle. No era un lugar muy vistoso, ni siquiera es interesante, sin embargo algo me llamó la atención. Allí, escondida en un rincón, aferrada a un pequeño hueco con tierra una semilla había germinado y de ella salía una flor más. Tal vez no tan espectacular como las del campo. Pero tenía algo que me llamaba la atención. Ganas de vivir, espíritu de lucha, grácil entusiasmo. Estaba sola. Nació sin esperanza de conocer nada más que el escalón contiguo. No había grandes horizontes, no había esplendorosos racimos a su alrededor, frondosos campos de vida. Sólo el duro e inerte suelo de mi entrada. Nadie le dio a elegir dónde nacer, le vino impuesto y con ello fue tirando. Con algo de timidez fue buscando el sol, torciendo en extraños ángulos su tallo y allí feliz desplegó sus pétalos. Aguardaba a que algún insecto se fijara en ella, alguno que fuera de paso hacia las grandes explanadas primaverales. Al menos a mí consiguió arrancarme una sonrisa.
Desde entonces cada vez que entraba o salía de mi casa la observaba, inmutable, cómo administraba su tiempo, con la inquebrantable paciencia que sólo los vegetales pueden tener. Me dije, aprende, no espera nada de la vida, acepta lo que tiene y lo exprime al máximo. Con su frágil belleza escondida en un mugriento hueco de escalera. Me acuerdo que pensé, tengo que hacerle una foto, quiero recordar esto. Si algo así de pequeño puede hacer que me plantee todo es que esconde el secreto del universo en sus raíces. La idea fue cobrando forma en mi casa, pero siempre iba con prisa, sin tiempo para coger el autobús, sólo para un fugaz vistazo. Creí que había aprendido algo, pero lo sujetaba con chinchetas.
Hoy, al volver, la flor no estaba. No sé cómo pasaría. Si se caería por su propio peso, si alguien la arrancaría para embellecer con su cadáver alguna solapa o cabellera o si simplemente fue barrida en nombre de la pulcritud (probablemente por mi madre). No sé, no importa. La cosa es que su tiempo había acabado. Había demostrado que su destino era brillar un periodo muy breve, quemar su belleza cuanto antes. Yo, que había estado planeando retratarla, dejando las esperanzas para el futuro, estresado por un "tengo que hacer tal y cual", escuché un lejano "Carpe diem" que me traía el viento. No diré que me apenó su marcha, era una flor más. De ella me quedó el color morado y el insistente recuerdo de vivir cada segundo como si fuera el último. No sé si esta vez lo he fijado con más fuerza a mi mente. De todas formas me seguiré fijando donde nadie se detiene a mirar, no vaya a ser que me pierda más joyas como ésta.
Lo siento, no veréis una foto, pero hubiera sido peor, le hubierais cogido cariño como yo. A lo mejor pensáis que estoy loco, pero todo lo escrito es verdad. Si alguien no puede hacer un réquiem por una flor es que el mundo va peor de lo que pensaba. Descansa en paz, sigue fluyendo en el espacio infinito...

jueves, 11 de septiembre de 2008

Pequeña Muerte


La muerte es así. Cruel, hija de puta, despiadada, y necesaria. Aparece donde menos te lo esperas. Detrás de unos matorrales o tras una curva. Espera paciente, dueña del tiempo, a que nosotros la busquemos. Te saluda con ojos vacíos cubiertos de gélidos abismos. Te sorprende en instantes inoportunos, cuando permaneces distraído o mascando ideas secundarias. Problemas actuales, dudas futuras o hechos pasados, da igual. Todo pasa por el mismo filtro de lo prescindible e inútil. Y todas se desvanecen en el mismo instante cuando te encuentras cara a cara con el fin, el punto en el que los segundos ocupan siglos.
Es increíble lo fácil que nos resulta eliminar aquello que nos ha rondado por la cabeza durante tanto tiempo. ¿Qué haré con mi vida? ¿Debo hacer tal o aquello?... Las preocupaciones se desvanecen y aterrizamos en el presente con un golpe sordo y seco, de crujir de huesos y confusión creciente. Es un presente del que nunca nos debimos alejar, pero que estamos empeñados en sustituír por la hipocresía del falso vivir intensamente. Así es el ser humano. El tipo de animal que... bueno, los animales suelen ser más cuerdos y en este caso no hay más precedentes. Digamos que es el único animal que, como dice un buen escritor ya conocido por estas tierras virtuales... "vive su vida como una especie de borrón en torno al punto donde se encuentra su cuerpo, anticipándose al futuro o aferrándose al pasado. Suele estar tan preocupado con lo que sucederá que sólo averigua lo que sucede cuando ya ha sucedido. Así son la mayor parte de las personas. Aprenden a tener miedo porque no saben lo que va a suceder. Y ya les está sucediendo."
¿Y lo peor de todo? Que esa sensación de total vitalidad y alerta que adquieres cuando ves tu muerte de cerca se acaba disipando, y vuelves como una oveja más al rebaño de la ignorancia y la corriente de la rutina. Vuelves a adoptar esa forma de borrón y nada pasó. Sólo fue un susto, se suele decir. Y la oportunidad para despertar y ser consciente desaparece. A no ser que te des cuenta y trates de cambiarlo. Trates de cambiar.
Por eso no quiero olvidarlo, porque la visión de la muerte me hace estar más vivo que nunca. Porque ahora siento la sangre en mis venas, mi corazón bombeando con fuerza. Ahora tengo más presente que nunca lo que es importante en mi vida, y no quiero olvidarlo. Toda la paja voló en aquel instante y quiero volver a tener aquella claridad mental, aquella aceptación absoluta de la nada. Aquella paz que sigue al miedo. La idea de que, aunque haya mucho que perder y quiera aferrarme a la vida por todos los medios, quizás desvanecerse para siempre no sea tan terrible después de todo. Es la pequeña muerte que necesitamos para aprender a vivir mejor.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Legión

- Es lo que hay. Acéptalo.
Dijo el Señor L mientras dejaba el cigarrillo en el cenicero. La llama fue poco a poco consumiendo el tabaco. Mientras tanto, nada pasaba. La habitación se llenaba lentamente de humo, bocanadas de aire podrido, todo lo demás era quietud. Tensa quietud.
En el otro extremo, una silueta balanceándose nerviosa en una silla coja, con mirada perdida, visiblemente preocupada. Angustiada, tal vez. Una mezcla que probablemente ni él podría definir. En su boca una extraña mueca. Una mueca que parecía preguntar cómo se había llegado a aquella situación. Pero los pequeños gestos en la comisura de los labios nunca se han caracterizado por tener una clara interpretación.
Nada cambió, hasta que una palabra de insegura voz cruzó volando la sala, dejando a su paso caóticas turbulencias en las nubes de nicotina.
- ¿Cómo? - dijo el Señor C.
- Me has oído perfectamente. A partir de aquí estás solo, se acabó el equilibrio, se acabó ser parte de lo mismo. Llega un momento en el que todos los caminos se separan. Esta es nuestra bifurcación.
- Esto es una locura... - dijo casi en un susurro. Sus ojos barrieron la habitación. Paredes desnudas, sin ventanas. Una pequeña bombilla en el techo. Una puerta marrón rompía la monotonía vestida de blanca pureza en los muros. El pomo parecía oxidado.
En medio una mesa. Cuadrada, sólida, vacía salvo por el pequeño cenicero ya conocido. Dos sillas la dejaban en medio de lo que comenzó a ser la decadencia de una conversación. El ocaso de una vida.
- Así que -comenzó C-, según tú todo está perdido. La brecha es irreparable, el velo roto, la caída en proceso.
Una mirada a L le bastó para comprender. No tenía ganas de repetirlo otra vez. En un impulso C alargó el brazo y se hizo con el cigarrillo que pendía medio deshecho. Una calada intensa para olvidar las penas. Aguanta la respiración y echa el humo con algo de agresividad, pensó. De un golpe la colilla voló hasta la esquina. Se oyó un suspiro.
- Empezó por curiosidad, si recuerdas - meditó L-. Un pensamiento fugaz, un porqué aislado entre coherencias. Algún neón luminoso que no debía estar allí. A partir de entonces fue como una bola de nieve colina abajo. Era imposible de parar. El único error fue no verlo venir.
- Me niego a creerlo. Han sido muchos años conservando el ying unido al yang, manteniendo cuidadosamente la balanza en su inestable mitad. Que recientemente oscile con más fuerza que de costumbre no es motivo para darse por vencido. Todavía queda trabajo.
L se levantó y dio vueltas con paso firme con una mano acariciando el rugoso yeso que ya empezaba a descascarillarse. Se paró frente a la puerta y, de espaldas a C, casi hablando para sí mismo, comentó:
- ¿Has visto el óxido? Que te niegues a creerlo no hará que sea menos real. Es lo que hay, como ya he dicho. No podemos quedarnos anclados en un "no debería ser" si no en un "es". Todo está marchitándose, al menos como lo conocíamos. Últimamente vaga por la vida como un alma en pena, formado por miles de pedazos que luchan por escapar, cada uno en una dirección determinada por su destino. No puede ser así, no hay objetivo común, no hay nada común en lo que es o será si sigue así. Es un descontrol.
- Por eso mismo hay que luchar -añadió casi gritando L, acompañado con un sonoro golpe en la madera que reverberó por doquier. Se notaba más agitado que de costumbre. Alguna arteria palpitaba en su sien, respiración acelerada, sudor frío y un ligero temblor en su mano izquierda.
- Relájate. Recuerda que tú eres el sereno de los dos. Piensa en lo que le has visto escribir. Sinsentidos, ventanas, globos y sombras. Algún golpe bajo y azucenas en las avenidas. Ciertamente está más cerca de lo que piensas. Empieza a zambullirse a mi dominio de forma preocupante. La madera está carcomida.
Empujando la puerta ésta crujió con un lamento más que lastimoso.
- Siempre estuvo más cerca de tu reino, pero tuve esperanzas de que se mantuviera en el límite por más tiempo. El tiempo suficiente para que comprendiera que los baches inabarcables que tanto veía se los creaba él mismo. Al menos la mayoría, tampoco te sabría decir.
Sin preverlo una lágrima surgió en su ojo izquierdo y recorrió su mejilla dejando a su paso pequeños escalofríos. El abatimiento llenaba el hueco que las lágrimas dejaban. Las fuerzas le abandonaron y se derrumbó en la silla.
- No vale la pena preocuparse - añadió L con una sonrisa que se fue tornando en macabra-. El cambio es inevitable, agarrarte a lo que fue sólo hará que tus brazos se acaben desprendiendo de tu cuerpo. Y tú no quieres eso, ¿verdad? Míralo de forma positiva. Ahora conocerá el mundo que él mismo creó, vivirá en él, y nosotros podremos ser libres. Cada parte de su mente será independiente. Legión nos llamarán, incontables almas habitando un solo cuerpo. El muro caerá.
- Su cuerpo no lo aguantará. Su gente no lo aguantará. Le llamarán soñador, loco, perturbado y, por último, enfermo.
- Son términos que ya conoce. Conceptos vacíos que no significan nada para él, como ninguna palabra, como ninguna abstracción. La realidad es un cuento en su desdichada imaginación.
Con renovadas fuerzas C se levantó, tirando la silla en el proceso. Todavía visiblemente afectado se acercó a L y colocándose a sus espaldas habló con firmeza.
- No lo permitiré. Soy el último atisbo de cordura que existe en su interior, y aunque débil tengo energía suficiente para volver a unir las piezas. El mecanismo de la lógica volverá a funcionar - sus ojos brillaban con una luz extraña, casi amenazante-.
En ese instante cayeron escombros del techo, dejando ver el ladrillo que escasamente se sujetaba a sí mismo. Alguna grieta llegó hasta el suelo, un trueno fijado abriendo un pasaje hacia la tremenda oscuridad.
- ¿Y qué piensas hacer? Sea lo que sea hazlo rápido. Estamos en el borde del precipicio - dijo mientras se daba la vuelta y miraba a C directamente con sus ojos de negro iris.
C estaba confuso. Siempre se había dejado dirigir por la irrefutable lógica de la razón, pero en estos momentos no servía de nada. Lo único que le dictaba su interior eran impulsos homicidas. Impulsos hacia la figura negra que tenía delante, la figura del caos y la decadencia. La locura personificada que engullía almas. Todo acabará con su muerte, pensó. El cuerpo le temblaba, de arriba a abajo, no podía mantener la mirada fija ni los labios serenos. Cerró el puño tan fuerte que las uñas causaron heridas en sus palmas. El dolor le ayudó a concentrarse, a centrarse en el único objeto contundente que podría abrir paso a través del duro hueso del cráneo, que despejaría un camino hacia la esperanza de la recuperación. Allí, sobre la mesa, duro, manejable y lleno de cenizas. No muy lejos. Tenía todo a su favor, era necesario. No podía fallar. Miró por última vez a aquella máscara burlona y haciendo como si se apoyara en la mesa lo cogió. Ahora, pensó. En esos momentos es mejor no dudar, no hay tiempo para distracciones.
Con enorme agilidad L agarró el cenicero que se dirigía a su cabeza y asiendo a C del cuello lo tumbó sobre la mesa. Convulsiones, agitación, respiración pesada. Rostro enrojecido y globos oculares hinchados. Síntomas de asfixia, y luego, nada. Nubes de nicotina y polvo de las paredes en descomposición. El cuerpo inerte de C y la sonora risa de L. De una patada la puerta cayó y una luz intensa llenó la habitación. Un paso y la libertad. Un paso y la locura.


En otra habitación blanca un hombre se golpea la frente, dejando dibujos de sangre en la pared. Las voces de su interior no se callaban. Frases inconexas removidas con violencia. Muerte, muerte, muerte, decían. Perdido, perdido, perdido, continuaban. Pobre alma perdida, no queda nada sano en él, su cordura son brasas apagadas que en algún momento calentaron su espíritu. Legión, legión, legión, podéis llamarme legión. Legión... Cada parte de su mente vaga a voluntad, todo se derrumba.
La contusión hizo efecto a los pocos segundos, los susurros sustituyeron a los gritos, los ojos eran pozos donde caía su consciencia. La serenidad de la oscuridad terminó con la intención de alcanzar la débil luz que entraba por la ventana enrejada. No le preocupaba, nada era real, todo estaba en su mente. Todo lo que necesitaba era descansar, descansar en paredes acolchadas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

11:52



¿Esta hora no acabará nunca? Miro mi muñeca, el reloj marca las 11:52. El mundo sigue su curso, dando bandazos en un espacio vacío, vacío e indiferente. Por la ventana veo a los niños chillando en el parque. Sol radiante, brisa ligera y pequeños pájaros cortando el espacio azul, siempre con prisa, contaminados por el ambiente artificial y ruidoso. Parecen bastante dinámicos, seré sólo yo el que se ha quedado congelado en el tiempo. Quizás la causa sea el haber quedado con ella. Eso debe ser.
Pasó sin aviso, deliciosamente inesperado. Ayer, cuando recibí su mensaje, parecía bastante concisa: "Hola. Mañana a las 12 me paso por tu casa y hablamos... Besos". Añadiendo algunas vocales, pero sin alterar el contenido. Recuerdo mi incredulidad, mi cara de gárgola atontada. Ahora que lo pienso, creo que también eran las 11:52. Siempre ojeo el reloj en estas situaciones, en un vano intento de dominar el tiempo, de fragmentar el día en pequeños intervalos manejables.
¡Maldita espera! Se desgasta el infinito de tener mi mirada sobre él, pero es mucho pedir que enfoque algo. Con un esfuerzo arrastro mis ojos hacia el brazo. Ya quedará menos... Increíblemente allí siguen, inmóviles, las manecillas. No aguanto más. De un salto me levanto. Me dirijo al baño. Con jabón me froto la muñeca hasta que el reloj dibujado con Bic desaparece. Cogiendo el bolígrafo que tengo en el bolsillo marco en mi piel las 12:00 y retoco la circunferencia. Sé que va siendo hora de comprarme un reloj de verdad, pero así es más fácil ser el dueño de mi tiempo. Respiro aliviado. La hora pasó y llaman a la puerta.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Prólogo


A veces también sueño que he vivido una vida como la de los sabios. Andando caminos ya recorridos. Con los pies empolvados y los huesos doloridos. Quizás recordando cosas que nunca debí aprender, tal vez sucumbiendo a una confianza mayor de la lógica, excesivo ego para una sola mente. Y en ese acto, clamé a los cielos por una nueva oportunidad. Con una voz tan profunda como la garganta del infierno. Tan intensa quizás que las puertas de la muerte me han permitido entrar una vez más. En un atardecer dorado viví mil vidas, conectadas por un mismo afán de persistir. Una conexión etérea, saturada por la luz del infinito crepúsculo. Unas vidas que no han querido ser borradas para siempre... quedando restos dispersos, suficientemente completos para ser considerados recuerdos vagos...
Ahora... en este momento, hay lugar y razón para continuar explorando, motivos para abrir los ojos a una nueva rebelión. Ahora... cuando parece que, de nuevo,... tengo a la vista el objetivo... La Tierra clama por un nuevo despertar. Un ciclo que se cierra, un nuevo impulso.
A través de los siglos pequeñas capas han ido moldeando el sendero y la obstinación que me han traído hasta aquí. Y en ese instante infinito, como un dolor punzante que nos hace saborear la vida, penetro en la corriente del Samsara, siempre consciente de la misión que ha sido puesta sobre mis hombros. La que yo mismo he querido cargar.
Se aglutinan en mi interior las imágenes, sabores, olores que he experimentado, y se entremezclan con los que están por venir. Ha pasado mucho tiempo. Una vez más, nadando en una rueda imparable, buscando el oxígeno necesario para dar otra brazada. A veces sueño con lo que llegaré a ser, y en algún universo siento las cadenas que quedan por romper. Otras veces, sin embargo, sueño que he vivido una vida como la de los sabios. Recuerdos que se emborronan, y dispersan, pero cuyo eco no deja de poblar las esferas de un mundo que trata de cambiar.

martes, 2 de septiembre de 2008

El pasajero oscuro (3º y última parte)

Sería difícil definir qué pasaba en el exterior del tren. Había recorrido tanta distancia que el concepto de día y noche se había bajado en la última estación. Así pues, a través de las ventanas, algo opacas por la suciedad, sólo se conseguía ver un ligero resplandor sin origen perceptible. Algo así como un amanecer contínuo o la luz de una nevera gigante.
Nuestro protagonista había pasado un tiempo indeterminado andando por el pasillo. No quería hablar ni con humo ni con líneas, y la gente que habitaba los compartimentos no parecían hechos de una morfología o densidad digna de confianza. Por lo tanto seguía avanzando por las entrañas de aquella serpiente metálica, por la vía que separa el destino del libre albedrío. Siempre errante, dotado de una confusión que crecía con el tiempo y la distancia recorrida.
¿Encontraría algún día lo que buscaba? ¿Entendería en algún punto su búsqueda? ¿Dejaría algún día de hacerse preguntas tan carentes de sentido y empezaría a vivir? Miró por la ventana y vió su reflejo. Reflejo oscurecido por la mugre. Aquellos ojos le expresaban más de lo que él creía conocer de su rostro. Cansado, le hizo una señal y avanzó sin esperar a que la imagen se reflejara y le siguiera.
Una vez sentados todo fue más agradable. Uno con las manos en su regazo, mirando a su alrededor con duda. El otro, el oculto, presentado en negativo, jugando con la luz a su antojo.

- Yo soy el pasajero oscuro, aquel que anhelabas encontrar, aquel que siempre estuvo cerca -dijo la sombra.

- Yo soy el perdido, el que quedó a medio hacer, el que vaga por el mundo esperando una piedra que le haga caer -respondió el hombre, algo aturdido-. Siempre huyendo sin encontrar. Buscando... ¿Buscándo qué? Algo que olvidé hace tiempo. Lo que siempre he sido. Aquello que veo reflejado en los espejos y que ya no reconozco.

- La mente es un juguete peligroso. Hay más de lo que se ve en la superficie, pero nos gusta pensar que hacemos pie en el mar del inconsciente. Siempre he estado allí, siempre has estado completo, pero nunca lo aceptaste. Siempre buscando la aceptación plena, tratando de agradar y quedar bien con todos.

- Me asustaba verme entero. Un miedo a la oscuridad reprimido, tal vez. No quería reconocer que no me conocía en absoluto.

- Te asustaba ver la sombra en tí. Todos lo temen y todos la ocultan. Porque los que son lo suficientemente valientes para mostrarla son odiados, despreciados. La sociedad tiene su propia forma de marginar a los que han comprendido su naturaleza, incluso la cruel. Prefiere los descarrilados, los fáciles de moldear, los que tratan de llenar el vacío de sus vidas con objetos nuevos y relucientes, cuanto más caros mejor.

- Encaja o desaparece. ¿Es ese el mensaje? En ese caso me alegra estar en este viaje sin fin. Que las vías me lleven a una muerte decente, yo disfrutaré del trayecto.

- La meta a alcanzar la decidimos cada uno. ¿Quieres seguir el resto de tu vida en un tren hacia ninguna parte o quieres tomar por fin las riendas de tu destino? Las parcas son crueles, pero podemos decirles qué dibujo deben tejer.

- Hay metas que no se pueden alcanzar, o no se deben. Juega con fuego y te quemarás, busca la inmortalidad y morirás en el intento.

- Ahora que lo comentas: Una vez me hablaron de un hombre anciano que anhelaba la inmortalidad. Es un deseo antiguo, pues muchos piensan que el sufrimiento y la injusticia decrecerán con el tiempo, como si pudiesen modelarse como una función analítica que tiende a la felicidad en el infinito. Aun así, me pregunto quién soy yo para dudarlo.

- Por supuesto, hoy en día hay modelos para todo.

- El caso es que oyó hablar de un pájaro mítico, el ave fénix. Estudió sus poderes y partió presto a encontrarlo. Lo encontró en la montaña más inaccesible de la región más recóndita del país más lejano más allá de los mares perdidos de... bueno, se hace una idea de que no fue fácil. <<
<< Una vez en su poder lo estudio con microscopios en los ojos, con manos esterilizadas y garfios metálicos. Con método científico dispuso su alma en una camilla, pero no le fue revelado nada. Su vejez era apremiante y en su desesperación decidió darse un festín con el ave, con la esperanza de que sus intestinos absorbieran el poder legendario del animal.

- ¿Y lo hizo?

- Bueno, algo de su poder sí se absorbió. Cuando el ave renació de sus restos en el estómago del anciano tuvo hambre, y le comió las entrañas desde dentro. Así, aunque cayese muerto y hueco como un cascarón olvidado algo suyo perduraría en el fénix. Tal vez no es lo que él esperaba, pero pocas veces obtenemos lo que queremos.

- Una historia interesante. Estaré alerta la próxima vez que coma un pollo.

- Los animales no deberían preocuparnos. Es la parte no animal del hombre la que demoniza todo lo demás.

- ¿Y cuál es el siguiente paso?

- El siguiente paso es aceptar que no hay más pasos, que la vida se construye a base de tambaleos, de palos de ciego y tortazos no vistos. Nos da la información en pequeños paquetes insuficientes para descubrir un conjunto que vislumbramos a la hora de la muerte. ¿Quieres tomar las riendas de esa oscuridad?

El ferrocarril atravesaba las brumas, preciso, sibilino, sin atisbo de duda. Lo hacía desde tiempo inmemoriable, y lo seguiría haciendo hasta llegar al límite del espacio-tiempo. Inmutable. Sin embargo, ese día lo haría con un pasajero menos, que decidió saltar de la comodidad de sus asientos. ¿Por qué? Porque quiso arriesgarse siguiendo una corazonada, siguiendo el consejo de alguien al que siempre temió y que por fin aceptó. Así, los dos, fundidos en uno, vagan por el mundo, ya caminando, pues no hay dicha más plena que sentir el suelo bajo los pies. Y es que cuando uno deja de buscar, encuentra.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Plop!


Sonido sordo. El movimiento del universo captado por el ojo de dios. Sencillez pura cristalizada por los invisibles cabellos de la Naturaleza. Imagen de libertad, periodo de impacto, sensación de libertad. Sin poder evitarlo te capta los sentidos, no hay nada que hacer. El mar de lava se zarandea como si fuese golpeado por las colas de miles de peces de hielo. En medio de ellos, el mundo, en medio de ellos, perturbación y calma. Naturaleza viva y expontánea como una rana saltando a un estanque. ¡Plop! Ondas que representan la vida, danza de Shiva, polvo en los ojos y piedras en el corazón. De la tierra surgue la unidad, de la unidad la dualidad, de ambos la trinidad y de todos ellos surguen todas las cosas. Puedo ver el árbol trepar por mi columna, su tronco mostrándome lo que es la rectitud, sus ramas extendiéndose por mis nervios, las hojas haciendo cosquillas en la palma de las manos, tan frescas, tan verdes, tan poderosas.
No hay mucho que decir, tampoco es necesario. Una imagen es más que mil palabras, pero mil imágenes no le llegan a la suela de los zapatos a una sensación, una experiencia, una enseñanza. Enseñanza que baila delante nuestro, para la cual nuestros ojos no están preparados, la venda firmemente sujeta a la sien, impidiéndonos respirar. Noto el polvo en mi retina, la brea impidiéndome levantar el paso.
Con mi rastrillo borraré sus señales, para trazar luego otras, sin descanso, vacio, sin poder respirar el aroma débil de una mañana a su lado. Los rayos del sol golpearán impunemente las rocas, forjadas en el calor de la profundidad de la tierra, como mis pensamientos se forjan en el fuego que bulle en mi corazón. No encuentro nada más sencillo, no necesito más. Todo lo que hay en mi universo está aquí: fuego y tierra, metal y madera, aire. Luz. El silencio. La no-actuación. La ausencia de obra. Expontaneidad. Sencillez. La modestia de la luna.
Belleza infinita, sublime. Arte oculto. Arte, al fin y al cabo.

domingo, 31 de agosto de 2008

El pasajero oscuro (2º parte)

La tarde era ya lejana. La habían dejado atrás como otras muchas cosas que permiten que uno se aleje por medio de la velocidad, el tiempo o, muy probablemente, una combinación de ambas. Por ello las estrellas se empeñaban en alumbrar con su luz lejana y fría. Mas su esfuerzo era en vano, o al menos poco necesario, pues una lámpara de aceite pendía de un gancho en el techo. Su bamboleo era algo más tangible que aquellas bolas incandescentes de gas y permitía leer con más facilidad las noticias del día.

- ¿Se da cuenta? Las fotos de los periódicos se ríen de nosotros. Nos quieren hacer creer que todas las cosas que ocurren en el mundo se pueden compactar en dos dimensiones. Yo digo, si son tan importantes no serán tan fáciles de aplastar. Si yo fuera una noticia me resistiría, seguro que mordería al lector. ¿Cuál es su opinión?

El que hablaba era un caballero inglés. Había entrado en el compartimento el último cuarto de hora. Tan largo en su longitud vestía un sombrero de copa y permanecía sentado tieso como pocas columnas han logrado estar. Su camiseta bien planchada, que asomaba donde le dejaba la chaqueta negra de smoking, dibujaba lineas verticales, magnificando la sensación de que aquel hombre se había quedado atorado entre el techo y el suelo. El Times se abría ante él como las alas de una mariposa posada en una rama, siendo esta una analogía más que aceptable para aquella situación. Y señores, eso sólo hay que agradecérselo al narrador.

- No me suelo fiar de lo que dicen las cosas de papel. Una vez me engañaron, y ya sabe que el hombre es muy dado a tropezar con piedras conocidas. Tampoco me fío de las piedras, tan duras y quietas... Seguro que traman algo, todo el día conspirando a ras de suelo...- dijo sintiéndose de repente gordo y minúsculo.

- Son traicioneras, estoy con usted. Un día lisas y blancas, al siguiente angulosas y rocosas. ¿Y de qué se fía usted?

- De las cosas esféricas -exclamó mientras veía una ligera convulsión en los bigotes horizontales del inglés-. Como la Luna. La Luna es bastante esférica, y parece seguirle a uno. Y aunque no siempre es así de redonda sí lo es a veces. Eso me basta.

- Las cosas redondas se le escapan a uno de las manos, no dan sensación de estabilidad -bufó estirándose aún más-. ¿Qué clase de broma es esta? ¿Pretende quebrar mi integridad lineal?

- Todo es libre de escaparse cuando desee, intentar conservarlas en contra de su voluntad es inútil. La estabilidad es una ilusión que se cura con el tiempo. Y por eso la Luna es a veces redonda. Otras veces, en cambio, no lo es. Incluso he oído decir que en ocasiones le apetece ser esférica y blanca a la vez. Eso me resulta delicioso.

Las sombras lanzadas por la lámpara creaban divertidas danzas en las sombras proyectadas. Todo lo demás permanecía con su curvatura acostumbrada. El inglés pasó una página del periódico. Eso fue todo. La danza de nuevo. Minutos después el hombre alzó la mirada y comentó:

- Mis padres solían ser como usted, amantes de lo curvo. A veces añoro esa forma de ver el mundo, pero la sociedad ha hecho las puertas cuadradas por una razón. ¿No lo cree usted? La sociedad implica orden. El orden implica rectitud. La rectitud implica planchas, las planchas electricidad y todo se cierra en un cuadrado más o menos grande.

- Un día conocí a un hombre aficionado al Tetris, un videojuego que consistía en encajar figuras, seguro que lo conoce. Jugaba mucho, tanto que el juego empezó a dominar sus pensamientos, sus acciones y sus sueños. Lo llamaban el efecto Tetris.<<
<< Lo dominó tanto que empezó a ver figuras por doquier. Soñaba con ellas y las veía caer por el rabillo del ojo. Todo lo que veía tenía para él una forma de encajar, un sitio que ocupar, un destino que cumplir. Edificios, cajas, árboles y nubes. Todo. Un día lo encontré intentando apilar patos en una caja, los giraba como quería y los dejaba caer desde una cierta altura. Luego se extrañaba de que echaran a volar, eso no salía en las instrucciones.<<
<< El hábito de jugar a todas horas convirtió a esas figuras en su mundo. ¿Había acaso algo más?

- No le sigo. Existía lo que él quería que existiera. ¿Está diciendo que el mundo es un videojuego?

- No me siga, nunca he tenido madera de guía. Yo digo, si quiere cambiar su forma de ver el mundo no haga siempre lo mismo. Si los pasos son siempre idénticos no es difícil de deducir que se llega a un lugar conocido. Acérquese, inclínese hacia mí. Le diré algo breve.

- ¿Cómo se atreve? ¿Insinúa que me doble hacia usted? ¿Qué es eso que no quiere que sepa la lámpara?

- No es tan difícil. Incluso un palo como usted podrá hacerlo. Acérquese.

El inglés lo intentó, vaya si lo intentó. La parte superior del tronco cayó desprendida de la inferior, crujió como una paja seca. El resto son detalles. Algo decepcionado por lo sucedido y extenuado de tanta inmovilidad el hombre decidió cambiar de ambiente. Hasta ahora las compañías le habían desviado la atención. Era hora de volver a encontrarla. Miró a través de la ventana. Hoy la Luna sólo era blanca. Sonrió y salió al pasillo.

sábado, 30 de agosto de 2008

El pasajero oscuro (1º parte)

Bonito abrazo del olvido, en el vagon desterrado. Donde sólo se escucha ya el rítmico traqueteo del tren golpeando los raíles. Allí espera un hombre, un hombre que decidió huir de su vida, espera que el tiempo pase, pues decidió esconderse de sí mismo. Allí mira con desprecio las gotas que se van condensando en la ventana. Hace calor dentro. No hay mucha gente, un par de desconocidos que mejor que sigan siéndolo.

- ¿De qué huye usted? - pregunta la figura negra sentada frente a él.

Le mira un instante y vuelve la vista al cristal sucio. El paisaje cambia con rapidez, tanto que marea, y no quiere perderse un instante. Si pudiera acordarse tal vez. Lo importante no es eso, ahora está sentado, lo demás carece de interés.

- ¿De qué huye usted? - otra vez la misma voz.

Ojos semiocultos por un sombrero de piel, marrón, fabricación americana, o al menos con tintes de neoyorquino. Algo ridículo, pero le acompañan recuerdos de los años 30, de pelis de gansters. Algo lejano. Qué más da. El resto de detalles que acompañan a aquella mirada son comunes y no darían mayor información.

- ¿Huir? Yo no huyo, yo busco. Busco. Y para ello tengo que recorrer muchos caminos.

- Y pisar muchas cosas, le entiendo. De todo queda huella, pero al menos la mayoría nos permite seguir caminando.

- ¿Usted también busca? ¿Podría preguntar -sin demasiado interés- qué es lo que anhela?

- Odio, rencor, venganza. Y también algo inamovible y malvado. Si raspa mejor.

De su pose podría decirse que estaba hecho de humo, de una densidad poco aceptable, pero fluctuante. Y por un instante le creyó. Eso siempre se le había dado bien, identificarse con extraños poco densos. En el resto de cosas el tema cambiaba. Siempre chocaba con la dureza de los objetos materiales. Era estresante y un buen motivo para seguir andando.

- ¿Y ha obtenido resultados por ahora? - continuó el caminante.

- Sólo viejos sentimientos que podrían soplar muy fuerte. ¿Qué opina de los sentimientos que soplan?

- Son algo molestos, no soy muy aficionado al viento. Siempre yendo en contra de uno. Lo veo incluso indecente. Pero los tiempos cambian.

- ¿Y alguna vez pensó en andar en dirección contraria?

- Eso ya implica muchos músculos en acción. No soy muy dado a mandar sobre impulsos nerviosos. ¿Se imagina lo que sería decidir en qué sentido gire un camino? Otra de las indecencias del viento. Si es que el viento se mete en esos temas, que no quiero saberlo.

- Una vez conocí a un hombre que se empeñó en bañarse todos los días a la misma hora, a la salida del sol, en un río que danzaba alegre por la parte de atrás de su casa. Ya ve, uno de esos aficionados al agua. Su ritual era meticuloso. El primer día que lo hizo fue algo mágico, y desde entonces todo su esfuerzo estuvo dirigido a recrear aquel momento. Y llegó un punto en que lo consiguió. Lo único que falló fue el río. Ese creador de milagros, ese fenómeno de la realidad, que cada día le saludaba con un nombre nuevo.<<
<< Él exclamaba: "Buenos días río, le veo alegre esta mañana. Mi nombre es Nadador, pues nadar es lo que me llena y me completa."<<
<< El río, sin embargo, unos días contestaba: "Mi nombre es Azul". Otros días, "mi nombre es Corriente", o "mi nombre es Hielo". Esto sacaba de sus casillas a Nadador, siempre tan igual a sí mismo. Un día se volvió fuego, y en su afán de memorizarse cogió clavos e intentó inmovilizar el agua, el fondo, las rocas y las plantas. Al final se quedó parado. Estaba harto de su cambio. Se acabó ahogando al tratar de clavar una piedra rebelde al suelo. Triste suceso. Lo que nos dice que el río también tiene algo de indecente.>>

- Sin duda, es algo de otro mundo. O tal vez tiene demasiado de este mundo. De todas formas nunca soporté en exceso los que tratan de oler el azul. Tiene también un sabor algo pegajoso.

- Sí, desde que el umami es un sabor ya no sé qué pensar de los otros cuatro. ¿Se deben sentir molestos por la intromisión? ¿El dulce es celoso? ¿Al amargo le gusta la soledad? ¿Cree usted que se lo llegaron a comer para comprobar su textura?

- Ustedes hechos con humo son extraños, siempre pensando en comerse a la gente. El glutamato monosódico y lo salado tenían un mundo en medio, ahora ya está lleno. Mejor sigo andando.

- Si no eres capaz de usar todos tus sentidos nunca llegarás a conocer a nadie en profundidad. Bajo mi punto de vista, alguien no es conocido hasta que le has mordido.

Dicho esto el hombre se levantó. En ese punto del viaje las estrellas empezaban a despuntar. La figura poco densa estaba esparciéndose por la habitación, y no quería aspirar ese aroma. De acuerdo que tiraba más al negro que al azul, pero aun así era momento de marchar.
Sería mejor que siguiera andando.

Rumores de humo

- Tío, tío, de lo que me he enterado.

- Cuenta, cuenta, necesito saberlo.

- ¿Sabes lo que me han dicho? Me han contado rumores de sangre, de amor, de odio. Me han dado el poder para crear gigantes o destruir vidas. Con una sola palabra soy capaz de tambalear una civilización entera. Nadie en la Historia ha albergado el destino de tantas almas en sus manos.

- No será para tanto.

- Lo será cuando comparta esta joya contigo. Y entonces verás lo generoso que he sido al hacerte partícipe de este evento. Porque, ¿sabes? Llegan momentos en la vida en la que te sientes tan vacío que necesitas buscar la satisfacción en la vida de los demás. Y nosotros lo hemos conseguido por fin. Hemos encontrado el sol que más calienta. Veo en tus ojos un atisbo de incredulidad, así que empezaré sin más:<<

<< Resulta que era una chica que vivía su vida sin distracciones, con el consentimiento de una realidad que la favorecía en su devenir. Ella admiraba su mundo con una curiosidad digna, con el anhelo y la necesidad creciente de buscar más y más allá, de descubrir lo que permanece oculto a los ojos de la mayoría. Y era buena en ello. Pero esto no era del agrado de los seres amargos que viven en la sombra, en el lado agrio de la existencia. Los seres con piel agrietada, mirada áspera y lengua viperina, que tanto gustan de agitar. Vencidos por una envidia creciente decidieron escupir sus palabras al viento. Te aseguro, mi querido amigo, que nunca has visto palabras iguales. Ligeras, silbantes, frías como una daga sin remordimientos. ¿Me entiendes?>>

- ¿Qué me dices? ¡Qué fuerte!

- Éstas cortaron todo lo que encontraron a su paso, llenando de ponzoña una tierra antes radiante y sencilla. Las historias se fueron complicando, entrelazándose alocadamente. Se volvieron inverosímiles y aunque el sinsentido era evidente la gente no podía parar de tragar esas frases, pues sentían su poder destructor. Como el que come piedras pensando que le harán más duro. <<

<< Acabaron con la chica que tantos sueños albergaba. La dejaron vacía y pequeña, escondida en un rincón lejos del alcance de las acusaciones infundadas. Las carcajadas de los seres horrendos se oían cada vez más altas, y su autoestima empezó a crecer, viendo en este método una forma de olvidarse de sus negras almas. Pero lo que no sabían es que crecían en el sentido equivocado, internándose cada vez más en unas sombras de las que nunca saldrían. Su consuelo era que se llevarían a muchos otros inocentes que no quieren otra cosa que vivir su vida en paz.>>

- ¡Qué fuerte! Sin embargo ya se veía venir, siempre lo sospeché. No me sorprende, siempre fue una chica muy rarita. Pues si te cuento lo que sé yo no te lo creerás. Todo empieza como acaba, y el que a hierro mata a hierro muere. Y resulta que la rueda no deja de girar...

viernes, 29 de agosto de 2008

Un nuevo comienzo

Una vida que evoluciona, todo cambia, nada permanece. Siempre con los pensamientos moviéndose como burbujas en una fiesta de gaseosa. Y tú mientras tratándote de aferrar a la cola de una serpiente histérica, intentando vivir el presente tan inténsamente como te permitan las hormonas.
Pensamientos que una vez fueron, pero ya, y ya no tiene sentido que estén grabados en piedra virtual. Llega un momento en el que deseas interiorizar algunas cosas, mientras que permites que otras vuelen.

Ese momento llegó, mas para que afecte a todos los rincones necesita tiempo. Es una ola que va extendiendo su radio de acción hasta que se disipe en las tinieblas y deje paso a la luz que tan calentito me mantiene.

Hasta aquí también alcanzó su frío y silbante brazo. Un blog nuevo renace de las cenizas del anterior. Más nuevo, distinto, y ¿quién sabe?
Dejemos que el tiempo haga su magia, esperemos a ver que pasa. ¿Te apetece esperar? ¿Dispuesto a escuchar lo que tengo que decir?

Puede que haya sido precipitado, impulsivo, incluso algunos cuestionarán mi decisión, pero allá ellos. Hay cosas con las que no vale la pena comerse la cabeza. Ya hay suficientes problemas en el mundo.

Sin embargo, sería una pena perder aquellos escritos que más me gustan. Muchos los habéis leído ya, pero también merecen su hueco aquí. Los iré publicando cuando me apetezca, cuando no tenga otra cosa que escribir o cuando ellos quieran. Yo qué sé, quién soy yo para decidirlo.

Bienvenidos a la era de Acuario.
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