domingo, 7 de septiembre de 2008

Legión

- Es lo que hay. Acéptalo.
Dijo el Señor L mientras dejaba el cigarrillo en el cenicero. La llama fue poco a poco consumiendo el tabaco. Mientras tanto, nada pasaba. La habitación se llenaba lentamente de humo, bocanadas de aire podrido, todo lo demás era quietud. Tensa quietud.
En el otro extremo, una silueta balanceándose nerviosa en una silla coja, con mirada perdida, visiblemente preocupada. Angustiada, tal vez. Una mezcla que probablemente ni él podría definir. En su boca una extraña mueca. Una mueca que parecía preguntar cómo se había llegado a aquella situación. Pero los pequeños gestos en la comisura de los labios nunca se han caracterizado por tener una clara interpretación.
Nada cambió, hasta que una palabra de insegura voz cruzó volando la sala, dejando a su paso caóticas turbulencias en las nubes de nicotina.
- ¿Cómo? - dijo el Señor C.
- Me has oído perfectamente. A partir de aquí estás solo, se acabó el equilibrio, se acabó ser parte de lo mismo. Llega un momento en el que todos los caminos se separan. Esta es nuestra bifurcación.
- Esto es una locura... - dijo casi en un susurro. Sus ojos barrieron la habitación. Paredes desnudas, sin ventanas. Una pequeña bombilla en el techo. Una puerta marrón rompía la monotonía vestida de blanca pureza en los muros. El pomo parecía oxidado.
En medio una mesa. Cuadrada, sólida, vacía salvo por el pequeño cenicero ya conocido. Dos sillas la dejaban en medio de lo que comenzó a ser la decadencia de una conversación. El ocaso de una vida.
- Así que -comenzó C-, según tú todo está perdido. La brecha es irreparable, el velo roto, la caída en proceso.
Una mirada a L le bastó para comprender. No tenía ganas de repetirlo otra vez. En un impulso C alargó el brazo y se hizo con el cigarrillo que pendía medio deshecho. Una calada intensa para olvidar las penas. Aguanta la respiración y echa el humo con algo de agresividad, pensó. De un golpe la colilla voló hasta la esquina. Se oyó un suspiro.
- Empezó por curiosidad, si recuerdas - meditó L-. Un pensamiento fugaz, un porqué aislado entre coherencias. Algún neón luminoso que no debía estar allí. A partir de entonces fue como una bola de nieve colina abajo. Era imposible de parar. El único error fue no verlo venir.
- Me niego a creerlo. Han sido muchos años conservando el ying unido al yang, manteniendo cuidadosamente la balanza en su inestable mitad. Que recientemente oscile con más fuerza que de costumbre no es motivo para darse por vencido. Todavía queda trabajo.
L se levantó y dio vueltas con paso firme con una mano acariciando el rugoso yeso que ya empezaba a descascarillarse. Se paró frente a la puerta y, de espaldas a C, casi hablando para sí mismo, comentó:
- ¿Has visto el óxido? Que te niegues a creerlo no hará que sea menos real. Es lo que hay, como ya he dicho. No podemos quedarnos anclados en un "no debería ser" si no en un "es". Todo está marchitándose, al menos como lo conocíamos. Últimamente vaga por la vida como un alma en pena, formado por miles de pedazos que luchan por escapar, cada uno en una dirección determinada por su destino. No puede ser así, no hay objetivo común, no hay nada común en lo que es o será si sigue así. Es un descontrol.
- Por eso mismo hay que luchar -añadió casi gritando L, acompañado con un sonoro golpe en la madera que reverberó por doquier. Se notaba más agitado que de costumbre. Alguna arteria palpitaba en su sien, respiración acelerada, sudor frío y un ligero temblor en su mano izquierda.
- Relájate. Recuerda que tú eres el sereno de los dos. Piensa en lo que le has visto escribir. Sinsentidos, ventanas, globos y sombras. Algún golpe bajo y azucenas en las avenidas. Ciertamente está más cerca de lo que piensas. Empieza a zambullirse a mi dominio de forma preocupante. La madera está carcomida.
Empujando la puerta ésta crujió con un lamento más que lastimoso.
- Siempre estuvo más cerca de tu reino, pero tuve esperanzas de que se mantuviera en el límite por más tiempo. El tiempo suficiente para que comprendiera que los baches inabarcables que tanto veía se los creaba él mismo. Al menos la mayoría, tampoco te sabría decir.
Sin preverlo una lágrima surgió en su ojo izquierdo y recorrió su mejilla dejando a su paso pequeños escalofríos. El abatimiento llenaba el hueco que las lágrimas dejaban. Las fuerzas le abandonaron y se derrumbó en la silla.
- No vale la pena preocuparse - añadió L con una sonrisa que se fue tornando en macabra-. El cambio es inevitable, agarrarte a lo que fue sólo hará que tus brazos se acaben desprendiendo de tu cuerpo. Y tú no quieres eso, ¿verdad? Míralo de forma positiva. Ahora conocerá el mundo que él mismo creó, vivirá en él, y nosotros podremos ser libres. Cada parte de su mente será independiente. Legión nos llamarán, incontables almas habitando un solo cuerpo. El muro caerá.
- Su cuerpo no lo aguantará. Su gente no lo aguantará. Le llamarán soñador, loco, perturbado y, por último, enfermo.
- Son términos que ya conoce. Conceptos vacíos que no significan nada para él, como ninguna palabra, como ninguna abstracción. La realidad es un cuento en su desdichada imaginación.
Con renovadas fuerzas C se levantó, tirando la silla en el proceso. Todavía visiblemente afectado se acercó a L y colocándose a sus espaldas habló con firmeza.
- No lo permitiré. Soy el último atisbo de cordura que existe en su interior, y aunque débil tengo energía suficiente para volver a unir las piezas. El mecanismo de la lógica volverá a funcionar - sus ojos brillaban con una luz extraña, casi amenazante-.
En ese instante cayeron escombros del techo, dejando ver el ladrillo que escasamente se sujetaba a sí mismo. Alguna grieta llegó hasta el suelo, un trueno fijado abriendo un pasaje hacia la tremenda oscuridad.
- ¿Y qué piensas hacer? Sea lo que sea hazlo rápido. Estamos en el borde del precipicio - dijo mientras se daba la vuelta y miraba a C directamente con sus ojos de negro iris.
C estaba confuso. Siempre se había dejado dirigir por la irrefutable lógica de la razón, pero en estos momentos no servía de nada. Lo único que le dictaba su interior eran impulsos homicidas. Impulsos hacia la figura negra que tenía delante, la figura del caos y la decadencia. La locura personificada que engullía almas. Todo acabará con su muerte, pensó. El cuerpo le temblaba, de arriba a abajo, no podía mantener la mirada fija ni los labios serenos. Cerró el puño tan fuerte que las uñas causaron heridas en sus palmas. El dolor le ayudó a concentrarse, a centrarse en el único objeto contundente que podría abrir paso a través del duro hueso del cráneo, que despejaría un camino hacia la esperanza de la recuperación. Allí, sobre la mesa, duro, manejable y lleno de cenizas. No muy lejos. Tenía todo a su favor, era necesario. No podía fallar. Miró por última vez a aquella máscara burlona y haciendo como si se apoyara en la mesa lo cogió. Ahora, pensó. En esos momentos es mejor no dudar, no hay tiempo para distracciones.
Con enorme agilidad L agarró el cenicero que se dirigía a su cabeza y asiendo a C del cuello lo tumbó sobre la mesa. Convulsiones, agitación, respiración pesada. Rostro enrojecido y globos oculares hinchados. Síntomas de asfixia, y luego, nada. Nubes de nicotina y polvo de las paredes en descomposición. El cuerpo inerte de C y la sonora risa de L. De una patada la puerta cayó y una luz intensa llenó la habitación. Un paso y la libertad. Un paso y la locura.


En otra habitación blanca un hombre se golpea la frente, dejando dibujos de sangre en la pared. Las voces de su interior no se callaban. Frases inconexas removidas con violencia. Muerte, muerte, muerte, decían. Perdido, perdido, perdido, continuaban. Pobre alma perdida, no queda nada sano en él, su cordura son brasas apagadas que en algún momento calentaron su espíritu. Legión, legión, legión, podéis llamarme legión. Legión... Cada parte de su mente vaga a voluntad, todo se derrumba.
La contusión hizo efecto a los pocos segundos, los susurros sustituyeron a los gritos, los ojos eran pozos donde caía su consciencia. La serenidad de la oscuridad terminó con la intención de alcanzar la débil luz que entraba por la ventana enrejada. No le preocupaba, nada era real, todo estaba en su mente. Todo lo que necesitaba era descansar, descansar en paredes acolchadas.

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