martes, 30 de septiembre de 2008

Historias que contar


No sabéis lo que me pasó el otro día, no os lo imagináis. Os lo contaré:

Iba yo caminando por las calles empedradas, por las pulidas calles iba, entre casas vestidas de arenisca, casas que miran a los siglos con porte altivo, cuando una pequeña voz me llamó. Tan vaga que luchaba por no ser arrastrada por el viento. Nadando contra corriente, se aferró a mi oído y quedamente me llamó. "Pablo, ven", me dijo, "ven aquí, no te alejes".

Como guiado por una luz, por las musas o por aquél fino hilo (¡qué más da!), me acerqué a su origen. Allí estaba musitando, con su alma contraída por el sabor de un desaliento, extrañas letanías, un polvoriento libro.

Miré a un lado y a otro, de una forma u otra, buscando un posible dueño que despistadamente olvidara su compañero. "Mi dueño es el mar, que vagabundea respirando el azufre del Sol y el nácar de la Luna", me contestó orgulloso, sujetando como pudo su carcomida envoltura de piel.

Con delicadas manos lo atraje hacia mi y lo apreté contra mi pecho. No muy fuerte pues tenía miedo de destrozarlo. No muy débil, pues era un tesoro perdido entre escombros. Aun con ese aspecto el libro tenía buen humor, ya que para él un abandono significaba la posibilidad de poder seguir contando su historia a cualquiera que estuviese dispuesto a escucharlas.

"He recorrido ciento doce naciones, unas resplandecientes, otras bajo el yugo de la opresión. En unas vi las pálidas estrellas gimotear, en otras las flores riéndose a carcajadas. Sobre mis hojas han caído penas e injusticias, hojas de otoño, y por su aspecto adivinarás cómo las lágrimas han doblado su superficie, dorándola con sentimientos, y cómo las risas han arrancado palabras de cuajo. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, si más de lo que no.

De las aventuras que fluyen como ríos de lava por mis esquinas han bebido sabios y mercaderes, necios y abogados (que no son grupos bien diferenciados), todos leyeron lo mismo, ninguno leyó lo mismo, y pocos llegaron a la misma conclusión, miraron detrás de todas las cortinas. Tal es mi poder, tal mi desdicha. Portador hoy y por siempre de una fortuna eterna, carcelero de palabras. Aferrado a un viejo cadáver, fui yo su último fruto. Pensado para ser leído, mucho tiempo acumulé suciedad, sirviendo de adorno en una estantería. Mas mi espíritu viajero se antepuso y escapé, pasando de mano en mano, de hígado a corazón, de corazón a cerebro. Órganos con pies y manos que agitaban mis mensajes como bandera revolucionaria. He vivido en bolsos y cajones, siempre dejando un pedazo de mí en cada ojo que reposaba en mi regazo. Allí donde me necesitan estaré.

Ahora que tú me has encontrado tres deseos te cumpliré. Te prometo cambiarte la vida, abrirte una puerta sin cerrar una ventana. Traspasar la atadura del espejo y apagar el alienante influjo del televisor. Ahora te toca a ti. Vive."

Y ese fue su sueño y su discurso. Posiblemente repetido en más de una ocasión, memorizado tal vez, pero que no perdió su poder evocador. Y con esta cantinela se vino conmigo, o yo con él, con el pensamiento de que no sería para siempre, pues tan egoísta no soy. ¿Quién es capaz de retener al viento?

domingo, 28 de septiembre de 2008

La música tiene algo


La música tiene algo indescriptible. Un efecto sedante y estimulante a la vez (indefinible, vamos, o al menos para mí). Cuando llego a casa, agotado por la civilización, me gusta aislarme en mi cuarto, escuchar mis canciones preferidas y dejarme llevar.
Se siente uno tan bien, olvidado del mundanal ruido. Todos los males salen derrumbados por los acordes precisos. Se olvida uno del jefe, de la familia, de ese chicle en el zapato, de las inclemencias del tiempo, del coche, los atascos, la política… ¡Silencio!, está sonando un Rock. El hambre en el mundo, los muertos en las guerras, los niños explotados, niños sin infancia, todo es más lejano.
Nada existe. Las mujeres maltratadas, la xenofobia, los muertos en el estrecho, los dictadores… Odio, amargura, dolor. ¿Notáis cómo se difuminan? Ya no hay gente que sufre, la Naturaleza no se muere, “catástrofe” no está en el diccionario, la polución es un invento, como el cáncer y el sida; los señores del terror, los que matan por sus ideologías, un sueño, una pesadilla que se evapora. Todo es paz.
Sí, definitivamente uno se siente relajado, como en otro mundo. Otro mundo. Como si nada fuese real. No puede ser real. Pero, entonces, ¿por qué estoy llorando?

sábado, 27 de septiembre de 2008

Vivo

El placer de un futuro imprevisible, el gusto de una indeterminación constante.

La agonía de un destino que nos llega a cuentagotas.

Pero querer descubrir tan pronto no es recomendable.

Mientras tanto, anclados en un presente cada vez más interesante y extraño vemos cómo ese fluir continuo de instantes nos cala con su peculiaridad.

Es bueno mirar hacia ellos y sonreír. Ya que no se pueden controlar lo mejor es disfrutarlos, ¿no?

Porque no volverán y no sabemos qué nos traen. ¿Querríais saberlo?

Yo no quiero estropearlo conociendo el final, eso le quitaría la emoción de lo desconocido.

Y esa emoción es la que me hace sentirme vivo.

Porque estoy vivo. Y lo noto.

Y tú...¿qué?

sábado, 13 de septiembre de 2008

Requiem por una flor

Hace dos días, cuando salí de casa temprano para dirigirme a la biblioteca mi vista se posó en un rincón entre los dos peldaños que separan mi casa de la calle. No era un lugar muy vistoso, ni siquiera es interesante, sin embargo algo me llamó la atención. Allí, escondida en un rincón, aferrada a un pequeño hueco con tierra una semilla había germinado y de ella salía una flor más. Tal vez no tan espectacular como las del campo. Pero tenía algo que me llamaba la atención. Ganas de vivir, espíritu de lucha, grácil entusiasmo. Estaba sola. Nació sin esperanza de conocer nada más que el escalón contiguo. No había grandes horizontes, no había esplendorosos racimos a su alrededor, frondosos campos de vida. Sólo el duro e inerte suelo de mi entrada. Nadie le dio a elegir dónde nacer, le vino impuesto y con ello fue tirando. Con algo de timidez fue buscando el sol, torciendo en extraños ángulos su tallo y allí feliz desplegó sus pétalos. Aguardaba a que algún insecto se fijara en ella, alguno que fuera de paso hacia las grandes explanadas primaverales. Al menos a mí consiguió arrancarme una sonrisa.
Desde entonces cada vez que entraba o salía de mi casa la observaba, inmutable, cómo administraba su tiempo, con la inquebrantable paciencia que sólo los vegetales pueden tener. Me dije, aprende, no espera nada de la vida, acepta lo que tiene y lo exprime al máximo. Con su frágil belleza escondida en un mugriento hueco de escalera. Me acuerdo que pensé, tengo que hacerle una foto, quiero recordar esto. Si algo así de pequeño puede hacer que me plantee todo es que esconde el secreto del universo en sus raíces. La idea fue cobrando forma en mi casa, pero siempre iba con prisa, sin tiempo para coger el autobús, sólo para un fugaz vistazo. Creí que había aprendido algo, pero lo sujetaba con chinchetas.
Hoy, al volver, la flor no estaba. No sé cómo pasaría. Si se caería por su propio peso, si alguien la arrancaría para embellecer con su cadáver alguna solapa o cabellera o si simplemente fue barrida en nombre de la pulcritud (probablemente por mi madre). No sé, no importa. La cosa es que su tiempo había acabado. Había demostrado que su destino era brillar un periodo muy breve, quemar su belleza cuanto antes. Yo, que había estado planeando retratarla, dejando las esperanzas para el futuro, estresado por un "tengo que hacer tal y cual", escuché un lejano "Carpe diem" que me traía el viento. No diré que me apenó su marcha, era una flor más. De ella me quedó el color morado y el insistente recuerdo de vivir cada segundo como si fuera el último. No sé si esta vez lo he fijado con más fuerza a mi mente. De todas formas me seguiré fijando donde nadie se detiene a mirar, no vaya a ser que me pierda más joyas como ésta.
Lo siento, no veréis una foto, pero hubiera sido peor, le hubierais cogido cariño como yo. A lo mejor pensáis que estoy loco, pero todo lo escrito es verdad. Si alguien no puede hacer un réquiem por una flor es que el mundo va peor de lo que pensaba. Descansa en paz, sigue fluyendo en el espacio infinito...

jueves, 11 de septiembre de 2008

Pequeña Muerte


La muerte es así. Cruel, hija de puta, despiadada, y necesaria. Aparece donde menos te lo esperas. Detrás de unos matorrales o tras una curva. Espera paciente, dueña del tiempo, a que nosotros la busquemos. Te saluda con ojos vacíos cubiertos de gélidos abismos. Te sorprende en instantes inoportunos, cuando permaneces distraído o mascando ideas secundarias. Problemas actuales, dudas futuras o hechos pasados, da igual. Todo pasa por el mismo filtro de lo prescindible e inútil. Y todas se desvanecen en el mismo instante cuando te encuentras cara a cara con el fin, el punto en el que los segundos ocupan siglos.
Es increíble lo fácil que nos resulta eliminar aquello que nos ha rondado por la cabeza durante tanto tiempo. ¿Qué haré con mi vida? ¿Debo hacer tal o aquello?... Las preocupaciones se desvanecen y aterrizamos en el presente con un golpe sordo y seco, de crujir de huesos y confusión creciente. Es un presente del que nunca nos debimos alejar, pero que estamos empeñados en sustituír por la hipocresía del falso vivir intensamente. Así es el ser humano. El tipo de animal que... bueno, los animales suelen ser más cuerdos y en este caso no hay más precedentes. Digamos que es el único animal que, como dice un buen escritor ya conocido por estas tierras virtuales... "vive su vida como una especie de borrón en torno al punto donde se encuentra su cuerpo, anticipándose al futuro o aferrándose al pasado. Suele estar tan preocupado con lo que sucederá que sólo averigua lo que sucede cuando ya ha sucedido. Así son la mayor parte de las personas. Aprenden a tener miedo porque no saben lo que va a suceder. Y ya les está sucediendo."
¿Y lo peor de todo? Que esa sensación de total vitalidad y alerta que adquieres cuando ves tu muerte de cerca se acaba disipando, y vuelves como una oveja más al rebaño de la ignorancia y la corriente de la rutina. Vuelves a adoptar esa forma de borrón y nada pasó. Sólo fue un susto, se suele decir. Y la oportunidad para despertar y ser consciente desaparece. A no ser que te des cuenta y trates de cambiarlo. Trates de cambiar.
Por eso no quiero olvidarlo, porque la visión de la muerte me hace estar más vivo que nunca. Porque ahora siento la sangre en mis venas, mi corazón bombeando con fuerza. Ahora tengo más presente que nunca lo que es importante en mi vida, y no quiero olvidarlo. Toda la paja voló en aquel instante y quiero volver a tener aquella claridad mental, aquella aceptación absoluta de la nada. Aquella paz que sigue al miedo. La idea de que, aunque haya mucho que perder y quiera aferrarme a la vida por todos los medios, quizás desvanecerse para siempre no sea tan terrible después de todo. Es la pequeña muerte que necesitamos para aprender a vivir mejor.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Legión

- Es lo que hay. Acéptalo.
Dijo el Señor L mientras dejaba el cigarrillo en el cenicero. La llama fue poco a poco consumiendo el tabaco. Mientras tanto, nada pasaba. La habitación se llenaba lentamente de humo, bocanadas de aire podrido, todo lo demás era quietud. Tensa quietud.
En el otro extremo, una silueta balanceándose nerviosa en una silla coja, con mirada perdida, visiblemente preocupada. Angustiada, tal vez. Una mezcla que probablemente ni él podría definir. En su boca una extraña mueca. Una mueca que parecía preguntar cómo se había llegado a aquella situación. Pero los pequeños gestos en la comisura de los labios nunca se han caracterizado por tener una clara interpretación.
Nada cambió, hasta que una palabra de insegura voz cruzó volando la sala, dejando a su paso caóticas turbulencias en las nubes de nicotina.
- ¿Cómo? - dijo el Señor C.
- Me has oído perfectamente. A partir de aquí estás solo, se acabó el equilibrio, se acabó ser parte de lo mismo. Llega un momento en el que todos los caminos se separan. Esta es nuestra bifurcación.
- Esto es una locura... - dijo casi en un susurro. Sus ojos barrieron la habitación. Paredes desnudas, sin ventanas. Una pequeña bombilla en el techo. Una puerta marrón rompía la monotonía vestida de blanca pureza en los muros. El pomo parecía oxidado.
En medio una mesa. Cuadrada, sólida, vacía salvo por el pequeño cenicero ya conocido. Dos sillas la dejaban en medio de lo que comenzó a ser la decadencia de una conversación. El ocaso de una vida.
- Así que -comenzó C-, según tú todo está perdido. La brecha es irreparable, el velo roto, la caída en proceso.
Una mirada a L le bastó para comprender. No tenía ganas de repetirlo otra vez. En un impulso C alargó el brazo y se hizo con el cigarrillo que pendía medio deshecho. Una calada intensa para olvidar las penas. Aguanta la respiración y echa el humo con algo de agresividad, pensó. De un golpe la colilla voló hasta la esquina. Se oyó un suspiro.
- Empezó por curiosidad, si recuerdas - meditó L-. Un pensamiento fugaz, un porqué aislado entre coherencias. Algún neón luminoso que no debía estar allí. A partir de entonces fue como una bola de nieve colina abajo. Era imposible de parar. El único error fue no verlo venir.
- Me niego a creerlo. Han sido muchos años conservando el ying unido al yang, manteniendo cuidadosamente la balanza en su inestable mitad. Que recientemente oscile con más fuerza que de costumbre no es motivo para darse por vencido. Todavía queda trabajo.
L se levantó y dio vueltas con paso firme con una mano acariciando el rugoso yeso que ya empezaba a descascarillarse. Se paró frente a la puerta y, de espaldas a C, casi hablando para sí mismo, comentó:
- ¿Has visto el óxido? Que te niegues a creerlo no hará que sea menos real. Es lo que hay, como ya he dicho. No podemos quedarnos anclados en un "no debería ser" si no en un "es". Todo está marchitándose, al menos como lo conocíamos. Últimamente vaga por la vida como un alma en pena, formado por miles de pedazos que luchan por escapar, cada uno en una dirección determinada por su destino. No puede ser así, no hay objetivo común, no hay nada común en lo que es o será si sigue así. Es un descontrol.
- Por eso mismo hay que luchar -añadió casi gritando L, acompañado con un sonoro golpe en la madera que reverberó por doquier. Se notaba más agitado que de costumbre. Alguna arteria palpitaba en su sien, respiración acelerada, sudor frío y un ligero temblor en su mano izquierda.
- Relájate. Recuerda que tú eres el sereno de los dos. Piensa en lo que le has visto escribir. Sinsentidos, ventanas, globos y sombras. Algún golpe bajo y azucenas en las avenidas. Ciertamente está más cerca de lo que piensas. Empieza a zambullirse a mi dominio de forma preocupante. La madera está carcomida.
Empujando la puerta ésta crujió con un lamento más que lastimoso.
- Siempre estuvo más cerca de tu reino, pero tuve esperanzas de que se mantuviera en el límite por más tiempo. El tiempo suficiente para que comprendiera que los baches inabarcables que tanto veía se los creaba él mismo. Al menos la mayoría, tampoco te sabría decir.
Sin preverlo una lágrima surgió en su ojo izquierdo y recorrió su mejilla dejando a su paso pequeños escalofríos. El abatimiento llenaba el hueco que las lágrimas dejaban. Las fuerzas le abandonaron y se derrumbó en la silla.
- No vale la pena preocuparse - añadió L con una sonrisa que se fue tornando en macabra-. El cambio es inevitable, agarrarte a lo que fue sólo hará que tus brazos se acaben desprendiendo de tu cuerpo. Y tú no quieres eso, ¿verdad? Míralo de forma positiva. Ahora conocerá el mundo que él mismo creó, vivirá en él, y nosotros podremos ser libres. Cada parte de su mente será independiente. Legión nos llamarán, incontables almas habitando un solo cuerpo. El muro caerá.
- Su cuerpo no lo aguantará. Su gente no lo aguantará. Le llamarán soñador, loco, perturbado y, por último, enfermo.
- Son términos que ya conoce. Conceptos vacíos que no significan nada para él, como ninguna palabra, como ninguna abstracción. La realidad es un cuento en su desdichada imaginación.
Con renovadas fuerzas C se levantó, tirando la silla en el proceso. Todavía visiblemente afectado se acercó a L y colocándose a sus espaldas habló con firmeza.
- No lo permitiré. Soy el último atisbo de cordura que existe en su interior, y aunque débil tengo energía suficiente para volver a unir las piezas. El mecanismo de la lógica volverá a funcionar - sus ojos brillaban con una luz extraña, casi amenazante-.
En ese instante cayeron escombros del techo, dejando ver el ladrillo que escasamente se sujetaba a sí mismo. Alguna grieta llegó hasta el suelo, un trueno fijado abriendo un pasaje hacia la tremenda oscuridad.
- ¿Y qué piensas hacer? Sea lo que sea hazlo rápido. Estamos en el borde del precipicio - dijo mientras se daba la vuelta y miraba a C directamente con sus ojos de negro iris.
C estaba confuso. Siempre se había dejado dirigir por la irrefutable lógica de la razón, pero en estos momentos no servía de nada. Lo único que le dictaba su interior eran impulsos homicidas. Impulsos hacia la figura negra que tenía delante, la figura del caos y la decadencia. La locura personificada que engullía almas. Todo acabará con su muerte, pensó. El cuerpo le temblaba, de arriba a abajo, no podía mantener la mirada fija ni los labios serenos. Cerró el puño tan fuerte que las uñas causaron heridas en sus palmas. El dolor le ayudó a concentrarse, a centrarse en el único objeto contundente que podría abrir paso a través del duro hueso del cráneo, que despejaría un camino hacia la esperanza de la recuperación. Allí, sobre la mesa, duro, manejable y lleno de cenizas. No muy lejos. Tenía todo a su favor, era necesario. No podía fallar. Miró por última vez a aquella máscara burlona y haciendo como si se apoyara en la mesa lo cogió. Ahora, pensó. En esos momentos es mejor no dudar, no hay tiempo para distracciones.
Con enorme agilidad L agarró el cenicero que se dirigía a su cabeza y asiendo a C del cuello lo tumbó sobre la mesa. Convulsiones, agitación, respiración pesada. Rostro enrojecido y globos oculares hinchados. Síntomas de asfixia, y luego, nada. Nubes de nicotina y polvo de las paredes en descomposición. El cuerpo inerte de C y la sonora risa de L. De una patada la puerta cayó y una luz intensa llenó la habitación. Un paso y la libertad. Un paso y la locura.


En otra habitación blanca un hombre se golpea la frente, dejando dibujos de sangre en la pared. Las voces de su interior no se callaban. Frases inconexas removidas con violencia. Muerte, muerte, muerte, decían. Perdido, perdido, perdido, continuaban. Pobre alma perdida, no queda nada sano en él, su cordura son brasas apagadas que en algún momento calentaron su espíritu. Legión, legión, legión, podéis llamarme legión. Legión... Cada parte de su mente vaga a voluntad, todo se derrumba.
La contusión hizo efecto a los pocos segundos, los susurros sustituyeron a los gritos, los ojos eran pozos donde caía su consciencia. La serenidad de la oscuridad terminó con la intención de alcanzar la débil luz que entraba por la ventana enrejada. No le preocupaba, nada era real, todo estaba en su mente. Todo lo que necesitaba era descansar, descansar en paredes acolchadas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

11:52



¿Esta hora no acabará nunca? Miro mi muñeca, el reloj marca las 11:52. El mundo sigue su curso, dando bandazos en un espacio vacío, vacío e indiferente. Por la ventana veo a los niños chillando en el parque. Sol radiante, brisa ligera y pequeños pájaros cortando el espacio azul, siempre con prisa, contaminados por el ambiente artificial y ruidoso. Parecen bastante dinámicos, seré sólo yo el que se ha quedado congelado en el tiempo. Quizás la causa sea el haber quedado con ella. Eso debe ser.
Pasó sin aviso, deliciosamente inesperado. Ayer, cuando recibí su mensaje, parecía bastante concisa: "Hola. Mañana a las 12 me paso por tu casa y hablamos... Besos". Añadiendo algunas vocales, pero sin alterar el contenido. Recuerdo mi incredulidad, mi cara de gárgola atontada. Ahora que lo pienso, creo que también eran las 11:52. Siempre ojeo el reloj en estas situaciones, en un vano intento de dominar el tiempo, de fragmentar el día en pequeños intervalos manejables.
¡Maldita espera! Se desgasta el infinito de tener mi mirada sobre él, pero es mucho pedir que enfoque algo. Con un esfuerzo arrastro mis ojos hacia el brazo. Ya quedará menos... Increíblemente allí siguen, inmóviles, las manecillas. No aguanto más. De un salto me levanto. Me dirijo al baño. Con jabón me froto la muñeca hasta que el reloj dibujado con Bic desaparece. Cogiendo el bolígrafo que tengo en el bolsillo marco en mi piel las 12:00 y retoco la circunferencia. Sé que va siendo hora de comprarme un reloj de verdad, pero así es más fácil ser el dueño de mi tiempo. Respiro aliviado. La hora pasó y llaman a la puerta.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Prólogo


A veces también sueño que he vivido una vida como la de los sabios. Andando caminos ya recorridos. Con los pies empolvados y los huesos doloridos. Quizás recordando cosas que nunca debí aprender, tal vez sucumbiendo a una confianza mayor de la lógica, excesivo ego para una sola mente. Y en ese acto, clamé a los cielos por una nueva oportunidad. Con una voz tan profunda como la garganta del infierno. Tan intensa quizás que las puertas de la muerte me han permitido entrar una vez más. En un atardecer dorado viví mil vidas, conectadas por un mismo afán de persistir. Una conexión etérea, saturada por la luz del infinito crepúsculo. Unas vidas que no han querido ser borradas para siempre... quedando restos dispersos, suficientemente completos para ser considerados recuerdos vagos...
Ahora... en este momento, hay lugar y razón para continuar explorando, motivos para abrir los ojos a una nueva rebelión. Ahora... cuando parece que, de nuevo,... tengo a la vista el objetivo... La Tierra clama por un nuevo despertar. Un ciclo que se cierra, un nuevo impulso.
A través de los siglos pequeñas capas han ido moldeando el sendero y la obstinación que me han traído hasta aquí. Y en ese instante infinito, como un dolor punzante que nos hace saborear la vida, penetro en la corriente del Samsara, siempre consciente de la misión que ha sido puesta sobre mis hombros. La que yo mismo he querido cargar.
Se aglutinan en mi interior las imágenes, sabores, olores que he experimentado, y se entremezclan con los que están por venir. Ha pasado mucho tiempo. Una vez más, nadando en una rueda imparable, buscando el oxígeno necesario para dar otra brazada. A veces sueño con lo que llegaré a ser, y en algún universo siento las cadenas que quedan por romper. Otras veces, sin embargo, sueño que he vivido una vida como la de los sabios. Recuerdos que se emborronan, y dispersan, pero cuyo eco no deja de poblar las esferas de un mundo que trata de cambiar.

martes, 2 de septiembre de 2008

El pasajero oscuro (3º y última parte)

Sería difícil definir qué pasaba en el exterior del tren. Había recorrido tanta distancia que el concepto de día y noche se había bajado en la última estación. Así pues, a través de las ventanas, algo opacas por la suciedad, sólo se conseguía ver un ligero resplandor sin origen perceptible. Algo así como un amanecer contínuo o la luz de una nevera gigante.
Nuestro protagonista había pasado un tiempo indeterminado andando por el pasillo. No quería hablar ni con humo ni con líneas, y la gente que habitaba los compartimentos no parecían hechos de una morfología o densidad digna de confianza. Por lo tanto seguía avanzando por las entrañas de aquella serpiente metálica, por la vía que separa el destino del libre albedrío. Siempre errante, dotado de una confusión que crecía con el tiempo y la distancia recorrida.
¿Encontraría algún día lo que buscaba? ¿Entendería en algún punto su búsqueda? ¿Dejaría algún día de hacerse preguntas tan carentes de sentido y empezaría a vivir? Miró por la ventana y vió su reflejo. Reflejo oscurecido por la mugre. Aquellos ojos le expresaban más de lo que él creía conocer de su rostro. Cansado, le hizo una señal y avanzó sin esperar a que la imagen se reflejara y le siguiera.
Una vez sentados todo fue más agradable. Uno con las manos en su regazo, mirando a su alrededor con duda. El otro, el oculto, presentado en negativo, jugando con la luz a su antojo.

- Yo soy el pasajero oscuro, aquel que anhelabas encontrar, aquel que siempre estuvo cerca -dijo la sombra.

- Yo soy el perdido, el que quedó a medio hacer, el que vaga por el mundo esperando una piedra que le haga caer -respondió el hombre, algo aturdido-. Siempre huyendo sin encontrar. Buscando... ¿Buscándo qué? Algo que olvidé hace tiempo. Lo que siempre he sido. Aquello que veo reflejado en los espejos y que ya no reconozco.

- La mente es un juguete peligroso. Hay más de lo que se ve en la superficie, pero nos gusta pensar que hacemos pie en el mar del inconsciente. Siempre he estado allí, siempre has estado completo, pero nunca lo aceptaste. Siempre buscando la aceptación plena, tratando de agradar y quedar bien con todos.

- Me asustaba verme entero. Un miedo a la oscuridad reprimido, tal vez. No quería reconocer que no me conocía en absoluto.

- Te asustaba ver la sombra en tí. Todos lo temen y todos la ocultan. Porque los que son lo suficientemente valientes para mostrarla son odiados, despreciados. La sociedad tiene su propia forma de marginar a los que han comprendido su naturaleza, incluso la cruel. Prefiere los descarrilados, los fáciles de moldear, los que tratan de llenar el vacío de sus vidas con objetos nuevos y relucientes, cuanto más caros mejor.

- Encaja o desaparece. ¿Es ese el mensaje? En ese caso me alegra estar en este viaje sin fin. Que las vías me lleven a una muerte decente, yo disfrutaré del trayecto.

- La meta a alcanzar la decidimos cada uno. ¿Quieres seguir el resto de tu vida en un tren hacia ninguna parte o quieres tomar por fin las riendas de tu destino? Las parcas son crueles, pero podemos decirles qué dibujo deben tejer.

- Hay metas que no se pueden alcanzar, o no se deben. Juega con fuego y te quemarás, busca la inmortalidad y morirás en el intento.

- Ahora que lo comentas: Una vez me hablaron de un hombre anciano que anhelaba la inmortalidad. Es un deseo antiguo, pues muchos piensan que el sufrimiento y la injusticia decrecerán con el tiempo, como si pudiesen modelarse como una función analítica que tiende a la felicidad en el infinito. Aun así, me pregunto quién soy yo para dudarlo.

- Por supuesto, hoy en día hay modelos para todo.

- El caso es que oyó hablar de un pájaro mítico, el ave fénix. Estudió sus poderes y partió presto a encontrarlo. Lo encontró en la montaña más inaccesible de la región más recóndita del país más lejano más allá de los mares perdidos de... bueno, se hace una idea de que no fue fácil. <<
<< Una vez en su poder lo estudio con microscopios en los ojos, con manos esterilizadas y garfios metálicos. Con método científico dispuso su alma en una camilla, pero no le fue revelado nada. Su vejez era apremiante y en su desesperación decidió darse un festín con el ave, con la esperanza de que sus intestinos absorbieran el poder legendario del animal.

- ¿Y lo hizo?

- Bueno, algo de su poder sí se absorbió. Cuando el ave renació de sus restos en el estómago del anciano tuvo hambre, y le comió las entrañas desde dentro. Así, aunque cayese muerto y hueco como un cascarón olvidado algo suyo perduraría en el fénix. Tal vez no es lo que él esperaba, pero pocas veces obtenemos lo que queremos.

- Una historia interesante. Estaré alerta la próxima vez que coma un pollo.

- Los animales no deberían preocuparnos. Es la parte no animal del hombre la que demoniza todo lo demás.

- ¿Y cuál es el siguiente paso?

- El siguiente paso es aceptar que no hay más pasos, que la vida se construye a base de tambaleos, de palos de ciego y tortazos no vistos. Nos da la información en pequeños paquetes insuficientes para descubrir un conjunto que vislumbramos a la hora de la muerte. ¿Quieres tomar las riendas de esa oscuridad?

El ferrocarril atravesaba las brumas, preciso, sibilino, sin atisbo de duda. Lo hacía desde tiempo inmemoriable, y lo seguiría haciendo hasta llegar al límite del espacio-tiempo. Inmutable. Sin embargo, ese día lo haría con un pasajero menos, que decidió saltar de la comodidad de sus asientos. ¿Por qué? Porque quiso arriesgarse siguiendo una corazonada, siguiendo el consejo de alguien al que siempre temió y que por fin aceptó. Así, los dos, fundidos en uno, vagan por el mundo, ya caminando, pues no hay dicha más plena que sentir el suelo bajo los pies. Y es que cuando uno deja de buscar, encuentra.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Plop!


Sonido sordo. El movimiento del universo captado por el ojo de dios. Sencillez pura cristalizada por los invisibles cabellos de la Naturaleza. Imagen de libertad, periodo de impacto, sensación de libertad. Sin poder evitarlo te capta los sentidos, no hay nada que hacer. El mar de lava se zarandea como si fuese golpeado por las colas de miles de peces de hielo. En medio de ellos, el mundo, en medio de ellos, perturbación y calma. Naturaleza viva y expontánea como una rana saltando a un estanque. ¡Plop! Ondas que representan la vida, danza de Shiva, polvo en los ojos y piedras en el corazón. De la tierra surgue la unidad, de la unidad la dualidad, de ambos la trinidad y de todos ellos surguen todas las cosas. Puedo ver el árbol trepar por mi columna, su tronco mostrándome lo que es la rectitud, sus ramas extendiéndose por mis nervios, las hojas haciendo cosquillas en la palma de las manos, tan frescas, tan verdes, tan poderosas.
No hay mucho que decir, tampoco es necesario. Una imagen es más que mil palabras, pero mil imágenes no le llegan a la suela de los zapatos a una sensación, una experiencia, una enseñanza. Enseñanza que baila delante nuestro, para la cual nuestros ojos no están preparados, la venda firmemente sujeta a la sien, impidiéndonos respirar. Noto el polvo en mi retina, la brea impidiéndome levantar el paso.
Con mi rastrillo borraré sus señales, para trazar luego otras, sin descanso, vacio, sin poder respirar el aroma débil de una mañana a su lado. Los rayos del sol golpearán impunemente las rocas, forjadas en el calor de la profundidad de la tierra, como mis pensamientos se forjan en el fuego que bulle en mi corazón. No encuentro nada más sencillo, no necesito más. Todo lo que hay en mi universo está aquí: fuego y tierra, metal y madera, aire. Luz. El silencio. La no-actuación. La ausencia de obra. Expontaneidad. Sencillez. La modestia de la luna.
Belleza infinita, sublime. Arte oculto. Arte, al fin y al cabo.
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