martes, 2 de septiembre de 2008

El pasajero oscuro (3º y última parte)

Sería difícil definir qué pasaba en el exterior del tren. Había recorrido tanta distancia que el concepto de día y noche se había bajado en la última estación. Así pues, a través de las ventanas, algo opacas por la suciedad, sólo se conseguía ver un ligero resplandor sin origen perceptible. Algo así como un amanecer contínuo o la luz de una nevera gigante.
Nuestro protagonista había pasado un tiempo indeterminado andando por el pasillo. No quería hablar ni con humo ni con líneas, y la gente que habitaba los compartimentos no parecían hechos de una morfología o densidad digna de confianza. Por lo tanto seguía avanzando por las entrañas de aquella serpiente metálica, por la vía que separa el destino del libre albedrío. Siempre errante, dotado de una confusión que crecía con el tiempo y la distancia recorrida.
¿Encontraría algún día lo que buscaba? ¿Entendería en algún punto su búsqueda? ¿Dejaría algún día de hacerse preguntas tan carentes de sentido y empezaría a vivir? Miró por la ventana y vió su reflejo. Reflejo oscurecido por la mugre. Aquellos ojos le expresaban más de lo que él creía conocer de su rostro. Cansado, le hizo una señal y avanzó sin esperar a que la imagen se reflejara y le siguiera.
Una vez sentados todo fue más agradable. Uno con las manos en su regazo, mirando a su alrededor con duda. El otro, el oculto, presentado en negativo, jugando con la luz a su antojo.

- Yo soy el pasajero oscuro, aquel que anhelabas encontrar, aquel que siempre estuvo cerca -dijo la sombra.

- Yo soy el perdido, el que quedó a medio hacer, el que vaga por el mundo esperando una piedra que le haga caer -respondió el hombre, algo aturdido-. Siempre huyendo sin encontrar. Buscando... ¿Buscándo qué? Algo que olvidé hace tiempo. Lo que siempre he sido. Aquello que veo reflejado en los espejos y que ya no reconozco.

- La mente es un juguete peligroso. Hay más de lo que se ve en la superficie, pero nos gusta pensar que hacemos pie en el mar del inconsciente. Siempre he estado allí, siempre has estado completo, pero nunca lo aceptaste. Siempre buscando la aceptación plena, tratando de agradar y quedar bien con todos.

- Me asustaba verme entero. Un miedo a la oscuridad reprimido, tal vez. No quería reconocer que no me conocía en absoluto.

- Te asustaba ver la sombra en tí. Todos lo temen y todos la ocultan. Porque los que son lo suficientemente valientes para mostrarla son odiados, despreciados. La sociedad tiene su propia forma de marginar a los que han comprendido su naturaleza, incluso la cruel. Prefiere los descarrilados, los fáciles de moldear, los que tratan de llenar el vacío de sus vidas con objetos nuevos y relucientes, cuanto más caros mejor.

- Encaja o desaparece. ¿Es ese el mensaje? En ese caso me alegra estar en este viaje sin fin. Que las vías me lleven a una muerte decente, yo disfrutaré del trayecto.

- La meta a alcanzar la decidimos cada uno. ¿Quieres seguir el resto de tu vida en un tren hacia ninguna parte o quieres tomar por fin las riendas de tu destino? Las parcas son crueles, pero podemos decirles qué dibujo deben tejer.

- Hay metas que no se pueden alcanzar, o no se deben. Juega con fuego y te quemarás, busca la inmortalidad y morirás en el intento.

- Ahora que lo comentas: Una vez me hablaron de un hombre anciano que anhelaba la inmortalidad. Es un deseo antiguo, pues muchos piensan que el sufrimiento y la injusticia decrecerán con el tiempo, como si pudiesen modelarse como una función analítica que tiende a la felicidad en el infinito. Aun así, me pregunto quién soy yo para dudarlo.

- Por supuesto, hoy en día hay modelos para todo.

- El caso es que oyó hablar de un pájaro mítico, el ave fénix. Estudió sus poderes y partió presto a encontrarlo. Lo encontró en la montaña más inaccesible de la región más recóndita del país más lejano más allá de los mares perdidos de... bueno, se hace una idea de que no fue fácil. <<
<< Una vez en su poder lo estudio con microscopios en los ojos, con manos esterilizadas y garfios metálicos. Con método científico dispuso su alma en una camilla, pero no le fue revelado nada. Su vejez era apremiante y en su desesperación decidió darse un festín con el ave, con la esperanza de que sus intestinos absorbieran el poder legendario del animal.

- ¿Y lo hizo?

- Bueno, algo de su poder sí se absorbió. Cuando el ave renació de sus restos en el estómago del anciano tuvo hambre, y le comió las entrañas desde dentro. Así, aunque cayese muerto y hueco como un cascarón olvidado algo suyo perduraría en el fénix. Tal vez no es lo que él esperaba, pero pocas veces obtenemos lo que queremos.

- Una historia interesante. Estaré alerta la próxima vez que coma un pollo.

- Los animales no deberían preocuparnos. Es la parte no animal del hombre la que demoniza todo lo demás.

- ¿Y cuál es el siguiente paso?

- El siguiente paso es aceptar que no hay más pasos, que la vida se construye a base de tambaleos, de palos de ciego y tortazos no vistos. Nos da la información en pequeños paquetes insuficientes para descubrir un conjunto que vislumbramos a la hora de la muerte. ¿Quieres tomar las riendas de esa oscuridad?

El ferrocarril atravesaba las brumas, preciso, sibilino, sin atisbo de duda. Lo hacía desde tiempo inmemoriable, y lo seguiría haciendo hasta llegar al límite del espacio-tiempo. Inmutable. Sin embargo, ese día lo haría con un pasajero menos, que decidió saltar de la comodidad de sus asientos. ¿Por qué? Porque quiso arriesgarse siguiendo una corazonada, siguiendo el consejo de alguien al que siempre temió y que por fin aceptó. Así, los dos, fundidos en uno, vagan por el mundo, ya caminando, pues no hay dicha más plena que sentir el suelo bajo los pies. Y es que cuando uno deja de buscar, encuentra.

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