martes, 30 de septiembre de 2008

Historias que contar


No sabéis lo que me pasó el otro día, no os lo imagináis. Os lo contaré:

Iba yo caminando por las calles empedradas, por las pulidas calles iba, entre casas vestidas de arenisca, casas que miran a los siglos con porte altivo, cuando una pequeña voz me llamó. Tan vaga que luchaba por no ser arrastrada por el viento. Nadando contra corriente, se aferró a mi oído y quedamente me llamó. "Pablo, ven", me dijo, "ven aquí, no te alejes".

Como guiado por una luz, por las musas o por aquél fino hilo (¡qué más da!), me acerqué a su origen. Allí estaba musitando, con su alma contraída por el sabor de un desaliento, extrañas letanías, un polvoriento libro.

Miré a un lado y a otro, de una forma u otra, buscando un posible dueño que despistadamente olvidara su compañero. "Mi dueño es el mar, que vagabundea respirando el azufre del Sol y el nácar de la Luna", me contestó orgulloso, sujetando como pudo su carcomida envoltura de piel.

Con delicadas manos lo atraje hacia mi y lo apreté contra mi pecho. No muy fuerte pues tenía miedo de destrozarlo. No muy débil, pues era un tesoro perdido entre escombros. Aun con ese aspecto el libro tenía buen humor, ya que para él un abandono significaba la posibilidad de poder seguir contando su historia a cualquiera que estuviese dispuesto a escucharlas.

"He recorrido ciento doce naciones, unas resplandecientes, otras bajo el yugo de la opresión. En unas vi las pálidas estrellas gimotear, en otras las flores riéndose a carcajadas. Sobre mis hojas han caído penas e injusticias, hojas de otoño, y por su aspecto adivinarás cómo las lágrimas han doblado su superficie, dorándola con sentimientos, y cómo las risas han arrancado palabras de cuajo. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, si más de lo que no.

De las aventuras que fluyen como ríos de lava por mis esquinas han bebido sabios y mercaderes, necios y abogados (que no son grupos bien diferenciados), todos leyeron lo mismo, ninguno leyó lo mismo, y pocos llegaron a la misma conclusión, miraron detrás de todas las cortinas. Tal es mi poder, tal mi desdicha. Portador hoy y por siempre de una fortuna eterna, carcelero de palabras. Aferrado a un viejo cadáver, fui yo su último fruto. Pensado para ser leído, mucho tiempo acumulé suciedad, sirviendo de adorno en una estantería. Mas mi espíritu viajero se antepuso y escapé, pasando de mano en mano, de hígado a corazón, de corazón a cerebro. Órganos con pies y manos que agitaban mis mensajes como bandera revolucionaria. He vivido en bolsos y cajones, siempre dejando un pedazo de mí en cada ojo que reposaba en mi regazo. Allí donde me necesitan estaré.

Ahora que tú me has encontrado tres deseos te cumpliré. Te prometo cambiarte la vida, abrirte una puerta sin cerrar una ventana. Traspasar la atadura del espejo y apagar el alienante influjo del televisor. Ahora te toca a ti. Vive."

Y ese fue su sueño y su discurso. Posiblemente repetido en más de una ocasión, memorizado tal vez, pero que no perdió su poder evocador. Y con esta cantinela se vino conmigo, o yo con él, con el pensamiento de que no sería para siempre, pues tan egoísta no soy. ¿Quién es capaz de retener al viento?

3 comentarios:

lagartija al sol dijo...

Y volvió. Como vuelven las gotas de rocío en las mañanas de primavera. Como vuelven las hojas a acariciar las ramas de los árboles desnudos. Y observó.

Pícara, una sonrisa se perfilaba débilmente en su gesto. Era gracioso ver como el armadillo escapaba de los brazos de Morfeo para escribir sus sueños develados. Bichejo extraño donde los haya.

Lo pensó varias veces y decidió dejar su huella fría sobre el abismo de comentarios vacíos.

Y hecho esto, se fue, agradeciendo haber encontrado que el otoño palpitaba entre los párrafos; feliz, de haber descansado de una tarde de escritos científicos en inglés, de entonaciones francesas.

La lluvia empapó el rastro, de aquel ser de sangre fría. Y si vuelve o no vuelve no dependerùa del destino.

LAS

Faeriel dijo...

Agradecido de verla de nuevo por acá, pues realmente el vacío de comentarios es abismal.

Hasta que las parcas vuelvan a tejer tu regreso por estas tierras, caprichosas como son.

Anónimo dijo...

jeje, ese comienzo me recuerda a:
Y me abandonó...como se abandonan los zapatos viejos, destrozó el cristal de mis gafas de lejos, sacó del espejo su vivo retrato, y fui tan torero por los callejones del juego y el vino que ayer el portero me echó del casino de Torrelodones, qué pena tan grande...negaría el santo sacramento en el mismo momento que ella me lo mande

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.