miércoles, 1 de octubre de 2008

Pobre Princesita


Esta es la historia de una princesita. Una de las de antes, las de torretas vetustas y corazones empolvados. Un día cualquiera, un día de tantos, permanece apoyada en el alféizar, como siempre, intentando lo más que puede no ensuciar su vestido de Zara, jugueteando con un frasco de Chanel nº5, embebida en gráciles ensoñaciones que la aíslan más que la oscura morada en la que habita. ¿En qué piensa la princesa? En parajes encantados y románticas historias de amor, dragones y príncipes, ilusas realidades y realistas ilusiones.

Bajo su torre germinan las flores.

Procurando no fruncir el ceño, pues lo último que quiere es erosionar su joven rostro, rememora su intensa vida. No más que una lágrima recorre su albina piel. Toda su vida la pasó encerrada en aquella habitación, por su protección, por su aislamiento, por sus padres, pero eso le dio alas a su imaginación. En esto ayudó la blanquecina imagen de un televisor. Le habló de magia, heroísmo, aventura y romance. Ella bebió sus historias y las reprodujo una y otra vez en su mente, la única realidad que conocía. ¿Qué imagina la princesa? Un rescate épico de su celda, un caballero idílico, un primer beso.

En los prados adyacentes todos hacen sus vidas, hablando, riendo.

A ella le gusta mirar por la ventana, le hace sentir que todavía forma parte del mundo. Saluda a la plebe que la mira con tristeza desde abajo, tan abajo. Ella está por encima de todo y de todos, o eso dice. Y a veces le gusta la seguridad que proporcionan esas frías paredes. Mira su móvil de última generación, con cámara, video, música, juegos... cuanto más mejor para no fijarse en su agenda vacía. Pero ella está por delante, lleva la mejor ropa, viste mejor que nadie. Estar en la cima tiene sus sacrificios, o eso afirma. ¿Qué ve la princesa? Belleza eterna, glamour desbordante, hipocresía aristocrática, un voluntario autoengaño para darle sentido a su vida.

En el bosque el vagabundo habla con la naturaleza, envuelto en harapos, envuelto en sabiduría.

El corazón de la princesa se encoge al pensar en todas aquellas personas que no podrán disfrutar de su posición privilegiada. "Miserables de ellos, porque cualquiera querría estar en mi posición", afirma, "Una posición que imitar, una posición que envidiar". Nadie sabe divertirse salvo ella. Los muros que cubren su alma nunca se romperán, tan acostumbrada está a ellos. Y mientras baila una pegadiza sintonía en una conocida discoteca del centro observa a sus amigas, sus conocidos, el resto... aunque pueda rozarlos ella sabe que están decenas de metros por debajo de su torre, nadie logra alcanzarla, ni siquiera ella misma. Eso le gusta. Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios.

Pobre princesita, que no sabe vivir. Pobre mujercita, que respira anclada en su mundo rosa, mientras sigue pensando que los chicos que intentan ligar con ella se interesan por su interior. Pero le da igual. Al fin y al cabo está acorde con la moda, ¿no?

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