jueves, 9 de octubre de 2008

Anatma

¿Quién sois vos? ¿Quién? Tú me conoces: camino contigo, sonrío, miro, respiro. Sabes quién soy. ¿Por qué entonces esa constante necesidad de que me reafirme a mí mismo? Sé que cambio, no soy el mismo que hace un segundo, pero tampoco soy distinto. Y como el resto de la humanidad trato de aferrarme inútilmente al ahora, al yo, a una identidad tan vacía como el viento.
Todo lo que hago, digo, pienso. Todo. Todo lo olvidáis, cada estremecimiento, cada suspiro. Yo lo agradezco, pero tampoco lo agradezco, porque se va depositando poco a poco el polvo del abandono sobre el hueco que debiera ocupar mi certeza. Me preguntáis si continúo errando, soñando, viviendo, os asusta el cambio. Mientras tanto una vela se va consumiendo en el alféizar.
Puede que a veces me comporte como un animal; quizá a veces piense como un árbol, extendiendo mis brazos al cielo y respirando luz, y ¿qué hay de malo en eso? No soy distinto, y sin embargo lo soy. Lo soy porque así habéis querido. A vosotros, que tan seguros estáis de lo que pensáis, os digo: no hay verdad absoluta, sólo puntos de vista que divergen sin control. Cada uno contiene un mundo en sí, y por desgracia, incapaz es de vislumbrar el de su vecino sin cegarse con un sol extraño. Y yo tengo que vivir con la incertidumbre al mañana, a esa barrera de silencio artificial y ruido rancio que se cierra ante mis ojos. Trato de escalarla y me quema la garganta, me tiemblan las penas. Quizás sea mejor así, si incluso una enmarañada lágrima, la vidriosa telaraña que un día fui me mira desde un rincón oscuro, señalando mi lengua, mis manos, mi piel, pensando y negando que un día fueron suyas, esas, pero no las mismas, otras.
Yo sollozo, me arrastro, le repito que no, no los dejé. Evité que me transformaran en un número, cualquier cifra, otra ficha de tantas, un BIT, más cero que uno. Sus ojos se muestran fríos. No sé si me creerá, ni si le importará. Sólo sabe que no soy él, que un día nuestros caminos se separaron. Y allí sigue, aquí sigo. Vigilado por una gélida imagen del pasado. Ahora sólo me queda el sabor del rechazo, el seco olor de una palmadita en la espalda mientras te dirigen a la puerta. Pero eso es lo que tengo, sobre ello me sostengo, mis cimientos.
Y como siempre, o aproximadamente, en un ciclo infinito (¿he pasado por aquí antes?), continuaré respirando, mirando, sonriendo, caminando contigo. ¿Hacia dónde? Hacia ningún lugar. Allá donde habitan los miedos. Más allá, donde tú sabes. Aquí no, más allá.

No hay comentarios:

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.