sábado, 13 de septiembre de 2008

Requiem por una flor

Hace dos días, cuando salí de casa temprano para dirigirme a la biblioteca mi vista se posó en un rincón entre los dos peldaños que separan mi casa de la calle. No era un lugar muy vistoso, ni siquiera es interesante, sin embargo algo me llamó la atención. Allí, escondida en un rincón, aferrada a un pequeño hueco con tierra una semilla había germinado y de ella salía una flor más. Tal vez no tan espectacular como las del campo. Pero tenía algo que me llamaba la atención. Ganas de vivir, espíritu de lucha, grácil entusiasmo. Estaba sola. Nació sin esperanza de conocer nada más que el escalón contiguo. No había grandes horizontes, no había esplendorosos racimos a su alrededor, frondosos campos de vida. Sólo el duro e inerte suelo de mi entrada. Nadie le dio a elegir dónde nacer, le vino impuesto y con ello fue tirando. Con algo de timidez fue buscando el sol, torciendo en extraños ángulos su tallo y allí feliz desplegó sus pétalos. Aguardaba a que algún insecto se fijara en ella, alguno que fuera de paso hacia las grandes explanadas primaverales. Al menos a mí consiguió arrancarme una sonrisa.
Desde entonces cada vez que entraba o salía de mi casa la observaba, inmutable, cómo administraba su tiempo, con la inquebrantable paciencia que sólo los vegetales pueden tener. Me dije, aprende, no espera nada de la vida, acepta lo que tiene y lo exprime al máximo. Con su frágil belleza escondida en un mugriento hueco de escalera. Me acuerdo que pensé, tengo que hacerle una foto, quiero recordar esto. Si algo así de pequeño puede hacer que me plantee todo es que esconde el secreto del universo en sus raíces. La idea fue cobrando forma en mi casa, pero siempre iba con prisa, sin tiempo para coger el autobús, sólo para un fugaz vistazo. Creí que había aprendido algo, pero lo sujetaba con chinchetas.
Hoy, al volver, la flor no estaba. No sé cómo pasaría. Si se caería por su propio peso, si alguien la arrancaría para embellecer con su cadáver alguna solapa o cabellera o si simplemente fue barrida en nombre de la pulcritud (probablemente por mi madre). No sé, no importa. La cosa es que su tiempo había acabado. Había demostrado que su destino era brillar un periodo muy breve, quemar su belleza cuanto antes. Yo, que había estado planeando retratarla, dejando las esperanzas para el futuro, estresado por un "tengo que hacer tal y cual", escuché un lejano "Carpe diem" que me traía el viento. No diré que me apenó su marcha, era una flor más. De ella me quedó el color morado y el insistente recuerdo de vivir cada segundo como si fuera el último. No sé si esta vez lo he fijado con más fuerza a mi mente. De todas formas me seguiré fijando donde nadie se detiene a mirar, no vaya a ser que me pierda más joyas como ésta.
Lo siento, no veréis una foto, pero hubiera sido peor, le hubierais cogido cariño como yo. A lo mejor pensáis que estoy loco, pero todo lo escrito es verdad. Si alguien no puede hacer un réquiem por una flor es que el mundo va peor de lo que pensaba. Descansa en paz, sigue fluyendo en el espacio infinito...

2 comentarios:

lagartija al sol dijo...

No estaba sola, lejos en otros lugares, en otras tierras y bajo otros cielos habría mil y tres flores. Tranquilas en la soledad de las piedras de cemento.
Objetivo: vivir, recompensa: el saber que su presencia alegraba aquellos insectos que volaban en sentido contrario.

y florecerá otro día, a otra hora y en otro mundo, aunque quizás esta vez sea amarilla.

Esta vez si lo entendí!

Faeriel dijo...

Verde, amarilla, azul o roja, todas conectadas por hilos cuánticos...

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