Parece un anuncio, porque lo es. Beatriz empieza a dar clases de Yoga en Salamanca, así que si queréis probar este arte milenario visitad la página http://yogaensalamanca.blogspot.com/.
Encontraréis información acerca de clases y horarios.
Cuánto tiempo sin aparecer por aquí... hace ya dos años? wow
domingo, 16 de enero de 2011
sábado, 3 de enero de 2009
El Zen es el arte de percibir la estrella polar en el cielo meridional
"Algunos de mis lectores me censurarán tal vez por hacer una montaña de una topera: "Tomar té es un asunto insignificante y sin importancia; convertirlo en algo relacionado con los más elevados pensamientos de que sea capaz la mente humana está completamente fuera de lugar; si tenemos que tratar cada pequeño incidente de la vida humana de esta manera, no tendremos nada de qué disfrutar, libre de pensamientos complicados. ¿Qué tiene que ver tomar el té, a fin de cuentas, con la metafísica más engorrosa? El té es té y no puede ser otra cosa. Cuando estamos sedientos, tomamos una taza de té y eso es suficiente. ¿Cuál es la utilidad de convertir todo esto en un extraño arte? Los orientales son demasiado rebuscados. Los occidentales no tenemos tiempo para semejantes trivialidades.
Ahora, bien, yo preguntaría: ¿Es un funeral algo más significativo que tomar el té? ¿Tiene una boda un significado moral o metafísico superior al de tomar el té? Desde el punto de vista de la "mismidad de Dios" o la "mismidad de la pulga", la muerte sigue inevitablemente al nacimiento; no hay nada siniestro en ello. Lo mismo ocurre con el matrimonio. ¿Por qué entonces hacemos de ello algo tan importante? Si quisiéramos, lo podríamos reducir fácilmente al mismo nivel que el hecho de desayunar o ir a la oficina. Lo convertimos en una gran ceremonia porque lo necesitamos así. Cuando pensamos que la vida es demasiado monótona, la forzamos en determinadas ocasiones y así estamos a veces excitados, a veces deprimidos. A todos nos gustan las vicisitudes y los cambios. Cuando un universo llega a su fin, un monje zen pregunta: "¿Esto desaparece también?". Un maestro responde: "Sí", mientras otro responde: "No". ¿Quién tiene razón "Ambos tienen razón", diría el zen, y, afirmando esto, seguirá su propio camino, celebrando o lamentando su final, o con indiferencia, sin hacer caso de los estados del devenir.
En lo que atañe a la vida, el tiempo y el espacion no son de gran importancia, aunque sea los medios por los que la vida se expresa desde un punto de vista humano. Nuestros sentidos y nuestro intelecto están construidos para interpretar la objetividad según la línea del espacio y el tiempo. Por esta razón, estamos interesados en la estimación cuantitativa. Pensamos que la eternidad es algo que está más allá de nuestras medidas sensoriales, pero desde la interioridad de la vida, un minuto o un segundo es tan largo como un millar de años. El dondiego de día, que dura sólo unas pocas horas de una mañana de verano, tiene el mismo significado que el pino, cuyo tronco nudoso desafía los fríos del invierno. Las criaturas microscópicas son manifestaciones de vida en el mismo grado que lo puedan ser el elefante o el león. De hecho, tienen más vitalidad, pues incluso si todas las demás formas de vida desapareciesen de la superficie de la tierra, los microbios seguirían en la existencia. ¿Quién negará entonces que cuando estoy tomando el té en mi habitación estoy sorbiendo con él a todo el universo y que el momento de llevarme la taza a los labios es la eternidad transcendiendo el tiempo y el espacio? El arte del té nos enseña realmente mucho más que la armonía de las cosas, manteniéndolas libres de toda contaminación, o simplemente sumergiéndolas en un estado de tranquilidad contemplativa."
Extracto de "El Zen y la cultura japonesa", de D.T. Suzuki
Hoy pongo algo que no es mío, pero al fin y al cabo, ¿quién lo podría haber expresado mejor?
Ahora, bien, yo preguntaría: ¿Es un funeral algo más significativo que tomar el té? ¿Tiene una boda un significado moral o metafísico superior al de tomar el té? Desde el punto de vista de la "mismidad de Dios" o la "mismidad de la pulga", la muerte sigue inevitablemente al nacimiento; no hay nada siniestro en ello. Lo mismo ocurre con el matrimonio. ¿Por qué entonces hacemos de ello algo tan importante? Si quisiéramos, lo podríamos reducir fácilmente al mismo nivel que el hecho de desayunar o ir a la oficina. Lo convertimos en una gran ceremonia porque lo necesitamos así. Cuando pensamos que la vida es demasiado monótona, la forzamos en determinadas ocasiones y así estamos a veces excitados, a veces deprimidos. A todos nos gustan las vicisitudes y los cambios. Cuando un universo llega a su fin, un monje zen pregunta: "¿Esto desaparece también?". Un maestro responde: "Sí", mientras otro responde: "No". ¿Quién tiene razón "Ambos tienen razón", diría el zen, y, afirmando esto, seguirá su propio camino, celebrando o lamentando su final, o con indiferencia, sin hacer caso de los estados del devenir.
En lo que atañe a la vida, el tiempo y el espacion no son de gran importancia, aunque sea los medios por los que la vida se expresa desde un punto de vista humano. Nuestros sentidos y nuestro intelecto están construidos para interpretar la objetividad según la línea del espacio y el tiempo. Por esta razón, estamos interesados en la estimación cuantitativa. Pensamos que la eternidad es algo que está más allá de nuestras medidas sensoriales, pero desde la interioridad de la vida, un minuto o un segundo es tan largo como un millar de años. El dondiego de día, que dura sólo unas pocas horas de una mañana de verano, tiene el mismo significado que el pino, cuyo tronco nudoso desafía los fríos del invierno. Las criaturas microscópicas son manifestaciones de vida en el mismo grado que lo puedan ser el elefante o el león. De hecho, tienen más vitalidad, pues incluso si todas las demás formas de vida desapareciesen de la superficie de la tierra, los microbios seguirían en la existencia. ¿Quién negará entonces que cuando estoy tomando el té en mi habitación estoy sorbiendo con él a todo el universo y que el momento de llevarme la taza a los labios es la eternidad transcendiendo el tiempo y el espacio? El arte del té nos enseña realmente mucho más que la armonía de las cosas, manteniéndolas libres de toda contaminación, o simplemente sumergiéndolas en un estado de tranquilidad contemplativa."
Extracto de "El Zen y la cultura japonesa", de D.T. Suzuki
Hoy pongo algo que no es mío, pero al fin y al cabo, ¿quién lo podría haber expresado mejor?
lunes, 15 de diciembre de 2008
domingo, 9 de noviembre de 2008
Zen
Ya sonó el despertador, rompiendo el silencio con su industrializado pitido, tan calladamente que me parece el cantar de una rapaz de latón que se abalanza contra mí para arrancarme las sábanas. No hace mal día. Arrastrando los pies me dirijo a la ducha y, bajo el ardiente chorro de espuma, los minutos se vuelven horas, yo me vuelvo agua y el agua fuego. Tiemblo al salir. Toca vivir otro día de autobús, zapatos y rutina, tan repetitivo y tan intrigante. El otoño se asoma tímida al balcón mientras que al verano le cuesta abandonar su trono. Le agarramos con demasiada fuerza. Legañas y ojeras me saludan por la calle, y yo intento aislarme del brutal ruido de los motores, que ahogan mi tímpano con su humo asimétrico.
A la vez que un electrón colisiona con un núcleo mi bolígrafo se agota, y viendo el surco seco dejado sobre el folio le envío un pensamiento al árbol de donde salió. La danza de Shiva no se detiene y yo continúo igual, impermanente. Estando con mis amigos las risas llueven sobre el tejado. Quedaremos esta noche, tranquilos, daremos una vuelta y el cielo se pondrá del revés. Por fin, logro escapar atropelladamente de las ecuaciones, con ganas de comerme el mundo y un buen filete. Me fijo en el paisaje, los edificios dejan de ser edificios y el río deja de ser un río. Y como los contrarios se complementan me trago un polvorón para apagar mi sed a la par que me abrigo bien para dejar de tener calor. A lo mejor así me pongo moreno de una vez.
En mi casa tengo uno de los pocos momentos de relajación que puedo disfrutar. Agarro la guitarra y la aporreo un poco. Rasgo las cuerdas sin fuerza, mis manos se dirigen solas, espontáneas, sin pedir permiso a nadie, hasta que me fundo con la sugerente forma de esa inmóvil oscilación. Todo vibra y ya no me encuentro. Perdido por el Tao de las eras milenarias, otro que fluye sin fluir, de los que bailan con tambores. Llega la hora y toca avanzar. Ya me dejaré llevar otro día. Otro día.
Alguna vez se me ha ocurrido pensar que somos una broma, personajes de videojuego, el sueño de Brahmán, sombras en una caverna... Todo tan misterioso y tan familiar que el que crea comprenderlo sin duda está en un error. En esta rueda de creación y destrucción nada es lo que parece, y todo parece ser tal y como es.
Paseando, observo con ella el atardecer, cómo la piedra se vuelve incandescente y el horizonte sangre. Su abrazo cálido me hace darme cuenta que sigo aquí, que nada ha cambiado, que nada es igual. Los cuatro elementos son insuficientes para llenarnos. Los edificios vuelven a ser edificios y el río vuelve a ser un río. La cojo de la mano y siento sus arterias palpitar. En sus ojos está toda la magia del mundo, condensada preciosamente. Mientras la beso otro ciclo se ha cerrado para dejar sitio al siguiente, en un fluir constante y cambiante, como el viento, como el mar.
El despertador vuelve a sonar.
Desvaríos
No os escandalicéis, no me miréis raro. Pestañead, como pestañea normalmente la gente, como pestañea el mundo, día y noche en una décima de segundo. Hoy he visto a la muerte en cada uno de nosotros. Somos pequeños sacos de órganos cubiertos de piel muerta. Esto no lo digo yo, lo dicen los señores de bata, con sus serruchos y sus pinchos esterilizados, mientras lanzan desgarrados miembros por la ventana como pájaros desorientados.
Sin embargo, no es tétrico. Esa visión me ha parecido maravillosa, reveladora. La muerte se presenta en cada chasquido, todo degenera, pero en cada paso algo nuevo nace. Equilibrio. Equilibrio que todos necesitamos de vez en cuando. La fugacidad de la vida, la evolución del universo. Entropía. Visionando la muerte somos más conscientes de la vida. Es el satori, el escalofrío, la iluminación que recorría al samurai cuando ya no tenía nada que perder, inundándose de vida.
Veo los anuncios de cremas rejuvenecedoras, y sólo veo apego, apego a una belleza destinada a morir. Todos tendremos arrugas, nuestra piel colgará flácida. Aceptadlo. Sin embargo lo fugaz es más bello que lo eterno, precisamente por lo breve que es, gana por intenso.
Pero no queremos eso, queremos que lo bueno dure para siempre, pobres ilusos. Nos aferramos al tronco de la orilla en vez de aceptar nuestro destino y lanzarnos a la corriente. Cada instante nos baña un río nuevo, nuevas experiencias, que dejamos pasar por extrañas. No, no, no. Nos engañamos. Somos felices así, el cambio asusta.
Hoy me he empezado a soltar, quiero acompañar a los nuevos brotes de los árboles en su viajar hacia el otoño. Ese otoño que ya llevan impresos en sus jóvenes células, ese amarillo, marrón, esa putrefacción que los llevará de nuevo a la tierra, de donde salieron. Es el ciclo, es la rueda del karma, que no deja de girar, esa fuerza que impulsa el fluir del espacio-tiempo. Ese es el ciclo, y yo, como todos estoy dentro, girando, dando vueltas por recorridos distintos a cada vez. Es hora de estirar las piernas un poco ¿Os unís?
sábado, 25 de octubre de 2008
Al Caracol de Zacut
Era de noche y sin embargo llovía. Desde los lacerantes bordes de un verde vergel las sibilinas fauces de un gasterópodo legendario vomitan secretos jamás descifrados por los sabios eternos, llenos de ceniza y capital, ausentes, desprovistos de las velas de su propio entendimiento. Su caparazón es mi universo, cosmos que arroja las armónicas formas de su porte, espiral áurea como mi voluntad inquebrantable, autodestructiva como toda inmortal necesidad de creación. Por su superficie vuelan determinantes y tensores que restringen hasta las más básicas propiedades. Todo está escrito, marcado a fuego, atado con el sudor del viejo péndulo quebrado. Poco a poco fuiste avanzando por sendas crípticas, conocimientos arcaicos, canónicos decrépitos axiomatizados, carcomas cuánticas y vórtices espacio-temporales con cierto sabor a homomorfismo. Y en una horrible muesca de disgusto académico, tu talante y aquella soñada imagen romántica del descubridor enclaustrado bajo viejos tomos de olvidada ciencia se tornaron polvo, lodo y babas que cubrían todo el camino. ¿Dónde está ahora tu Mesías? En el fondo de una mugrienta cuenta corriente. Vectores y funciones vueltas oro y beneficio, autovalores del estado. ¿Para qué cavar más hondo si no hay petróleo en los límites de la realidad? Quizá arrancándote los ojos veas más lejos de lo que muchos lo hacen, que no vislumbran más allá de los Nóbel (miserables noveles almas), de Suecia, con sus coronas dadoras de reconocimiento, prestigiosas, prestidigitadoras, ilusionistas, ilusas, como aquellos.
Oídme guerreros del número pi, de la orden de los 2,7182... iluminados irracionales, incorruptibles maestros criados por las ubres electromagnéticas. A todos, a vosotros, os llamo, para que alcéis la voz, para que el dinero no sea el maestre que dirija la logia del físico acelerado por inducción, del armónico oscilador, del explorador de lo inconsciente, de la consciencia sin materia y la materia sin consciencia, sin ser consciente de todo tipo de partículas y lucecitas de colores psicodélicos en un mundo sin forma ni razón de ser, o ¿quién sabe?
Pensad en ese dulce caracol que un día desafió al poder establecido y murió en el empeño, para que su profunda mirada y su épica gesta pasen a la posteridad y ahí, anclado en el techo de Zacut (que no en el busto de Palas, que eso era un cuervo...) rememora viejos tiempos y posibles futuros de un multiuniverso cuántico donde quizá (que alguna probabilidad hay) paste feliz, babeando las nieblas de la ignorancia y sacando los cuernos (por definición de caracol) al sol que reside en cada uno de nuestros corazones (uno por habitante, que yo sepa). No dejes de rociarnos con tu sabiduría cuando, pobres de nosotros, pasemos bajo tu severa estampa, con el alma contraída por el olor del miedo. Danos la fuerza de tu espíritu infinito, frente a ti nos postramos.
Faeriel (físico en particular y surrealista en general)
viernes, 24 de octubre de 2008
Fractal
No sé por qué a veces me siento inclinado a pensar, más bien masticar, ideas que de por sí son lo suficientemente obvias para considerarlas estúpidas. Que no somos nadie, que nada tiene sentido, que hay que vivir la vida con intensidad. Son olas que arremeten contra nuestra estabilidad cuando caemos presos en las garras de la rutina. Y todo tiene sentido, al menos entonces. La realidad cambia, tu mirada penetra en los objetos, te ríes del aire como un esquizofrénico en un momento de claridad. Entonces, sólo entonces notas, profundizas, escuchas la canción que te gusta, u otra que te apetezca y recoges, aprehendes su sentido más profundo. De repente, con un shock, entiendes. Sus frases te enseñan otra experiencia, te cuentan otra historia que permanecía flotando entre las cuerdas de una guitarra. Y tú te sientes indefenso, porque te ves reflejado, en la más grande libertad, como el vértigo que se siente en medio del mar. Y allí, sin apoyarte en nada ves que todos tus horizontes están abiertos, el mundo no tiene fronteras para tí, y es por eso que no te atreves a moverte, más que nada porque si te declinas hacia un objetivo caerá una losa sobre tu libertad. Por eso sigues callado, pensativo, tumbado en la cama mientras el cigarro se consume entre tus dedos. Pero no tienes la culpa, salvo tu predestinación por meditar en exceso.
Te atreves a hacer lo que nadie ha hecho, innovar, pero nada te agrada. Una mente indómita que vaga por mundos psicodélicos, pero no hay nadie detrás, tan solo una nota sostenida en un pentagrama oscilante. Las identidades danzan y te ves a través de los ojos de un extraño, que te vigila sin comprender mientras que tu observas el horizonte con agujeros negros por ojos.
Miremos más que somos padres del porvenir que hijos de nuestro pasado, una voz grita desde un muelle cableado, desde un interior. A la vez, agito las espirales que la cucharilla crea sobre el café. El caos, según parece, existe más allá de lo que no resulta. Da la casualidad que colocas mal unos dedos, un acorde equivocado y surge poderosa una melodía que evoca a personas que se perdieron por el camino, olvidadas quizás por el bien de ambos, por la continuación sin interferencias de dos mundos distintos, multiformes. Y se convierte en algo especial para ti, lo repites y tiemblas, puede que con algo de sonrojo acto seguido.
Entonces sabes que has dado con algo importante, tanto como para zambullirte en un gas de colores emergentes, que descubres y sientes. Aun así, a veces me olvido de mi mismo, de los demás, del mundo y vuelvo a la rutina como un perro apaleado buscando el perdón de su dueño, por costumbre y por miedo al vacio. Intentando volver para experimentar de nuevo y con fuerza la rotura y violenta emancipación de lo cotidiano. Porque lo necesito, ambas cosas, las necesito, en su justa medida, pero las necesito.
La vida de un electrón
Desde que tengo conciencia de mí mismo ha sido un no parar. Las transiciones y los largos viajes han dominado mi existencia, si eso tiene sentido. Siempre buscando a alguien que me atrajese, alguien con el que unirme para siempre y formar algo más, alguien que se convirtiese en el núcleo de mi vida. No, no encuentro ridículo que mi universo gire en torno a una sola persona, no soy de esos que buscan un roce de una sola noche, un “hola nena, ¿estudias o trabajas?”. Supongo que soy estúpido o enamoradizo (estoy en proceso de encontrar la diferencia).
Ayer creí encontrarla, mi media naranja. Perfecta, no tengo palabras. Me acerqué con cautela y caí en sus redes. Por fin, completo, en equilibrio, mi alma encontró la neutralidad que necesitaba. Nunca creí en eso de que los polos opuestos se atraen, pero de todo se aprende
¿Y mi actual infelicidad? Nada, lo de siempre. Alguien se interpuso entre nosotros. Un tipo con estudios, buen porte, bata blanca. Científico, creo. Me arrancó de sus brazos, premeditadamente, claro, que así son todos, y me lanzó cruelmente contra una pared. Jugó conmigo. Le divertirá ver cómo me golpeo y mi vida se hace añicos. Seguro que no he sido el único, pero nunca he sentido alivio propio del dolor ajeno. Otra vez, perdido en un vacío insulso, rodeado de nada.
¿Y a la gente le extraña que sea tan negativo?
jueves, 9 de octubre de 2008
Anatma
¿Quién sois vos? ¿Quién? Tú me conoces: camino contigo, sonrío, miro, respiro. Sabes quién soy. ¿Por qué entonces esa constante necesidad de que me reafirme a mí mismo? Sé que cambio, no soy el mismo que hace un segundo, pero tampoco soy distinto. Y como el resto de la humanidad trato de aferrarme inútilmente al ahora, al yo, a una identidad tan vacía como el viento.
Todo lo que hago, digo, pienso. Todo. Todo lo olvidáis, cada estremecimiento, cada suspiro. Yo lo agradezco, pero tampoco lo agradezco, porque se va depositando poco a poco el polvo del abandono sobre el hueco que debiera ocupar mi certeza. Me preguntáis si continúo errando, soñando, viviendo, os asusta el cambio. Mientras tanto una vela se va consumiendo en el alféizar.
Puede que a veces me comporte como un animal; quizá a veces piense como un árbol, extendiendo mis brazos al cielo y respirando luz, y ¿qué hay de malo en eso? No soy distinto, y sin embargo lo soy. Lo soy porque así habéis querido. A vosotros, que tan seguros estáis de lo que pensáis, os digo: no hay verdad absoluta, sólo puntos de vista que divergen sin control. Cada uno contiene un mundo en sí, y por desgracia, incapaz es de vislumbrar el de su vecino sin cegarse con un sol extraño. Y yo tengo que vivir con la incertidumbre al mañana, a esa barrera de silencio artificial y ruido rancio que se cierra ante mis ojos. Trato de escalarla y me quema la garganta, me tiemblan las penas. Quizás sea mejor así, si incluso una enmarañada lágrima, la vidriosa telaraña que un día fui me mira desde un rincón oscuro, señalando mi lengua, mis manos, mi piel, pensando y negando que un día fueron suyas, esas, pero no las mismas, otras.
Yo sollozo, me arrastro, le repito que no, no los dejé. Evité que me transformaran en un número, cualquier cifra, otra ficha de tantas, un BIT, más cero que uno. Sus ojos se muestran fríos. No sé si me creerá, ni si le importará. Sólo sabe que no soy él, que un día nuestros caminos se separaron. Y allí sigue, aquí sigo. Vigilado por una gélida imagen del pasado. Ahora sólo me queda el sabor del rechazo, el seco olor de una palmadita en la espalda mientras te dirigen a la puerta. Pero eso es lo que tengo, sobre ello me sostengo, mis cimientos.
Y como siempre, o aproximadamente, en un ciclo infinito (¿he pasado por aquí antes?), continuaré respirando, mirando, sonriendo, caminando contigo. ¿Hacia dónde? Hacia ningún lugar. Allá donde habitan los miedos. Más allá, donde tú sabes. Aquí no, más allá.
Todo lo que hago, digo, pienso. Todo. Todo lo olvidáis, cada estremecimiento, cada suspiro. Yo lo agradezco, pero tampoco lo agradezco, porque se va depositando poco a poco el polvo del abandono sobre el hueco que debiera ocupar mi certeza. Me preguntáis si continúo errando, soñando, viviendo, os asusta el cambio. Mientras tanto una vela se va consumiendo en el alféizar.
Puede que a veces me comporte como un animal; quizá a veces piense como un árbol, extendiendo mis brazos al cielo y respirando luz, y ¿qué hay de malo en eso? No soy distinto, y sin embargo lo soy. Lo soy porque así habéis querido. A vosotros, que tan seguros estáis de lo que pensáis, os digo: no hay verdad absoluta, sólo puntos de vista que divergen sin control. Cada uno contiene un mundo en sí, y por desgracia, incapaz es de vislumbrar el de su vecino sin cegarse con un sol extraño. Y yo tengo que vivir con la incertidumbre al mañana, a esa barrera de silencio artificial y ruido rancio que se cierra ante mis ojos. Trato de escalarla y me quema la garganta, me tiemblan las penas. Quizás sea mejor así, si incluso una enmarañada lágrima, la vidriosa telaraña que un día fui me mira desde un rincón oscuro, señalando mi lengua, mis manos, mi piel, pensando y negando que un día fueron suyas, esas, pero no las mismas, otras.
Yo sollozo, me arrastro, le repito que no, no los dejé. Evité que me transformaran en un número, cualquier cifra, otra ficha de tantas, un BIT, más cero que uno. Sus ojos se muestran fríos. No sé si me creerá, ni si le importará. Sólo sabe que no soy él, que un día nuestros caminos se separaron. Y allí sigue, aquí sigo. Vigilado por una gélida imagen del pasado. Ahora sólo me queda el sabor del rechazo, el seco olor de una palmadita en la espalda mientras te dirigen a la puerta. Pero eso es lo que tengo, sobre ello me sostengo, mis cimientos.
Y como siempre, o aproximadamente, en un ciclo infinito (¿he pasado por aquí antes?), continuaré respirando, mirando, sonriendo, caminando contigo. ¿Hacia dónde? Hacia ningún lugar. Allá donde habitan los miedos. Más allá, donde tú sabes. Aquí no, más allá.
lunes, 6 de octubre de 2008
Loco
Miro, oigo, sueño entre brumas. Camino, floto, aspiro mi memoria. En las tardes de otoño me gusta respirar. El aire es tan puro que incluso el vacío se siente sucio. Paseo por las calles sin rozar el suelo, mi cuerpo arrastra al alma como un globo de feria, fuera de sí, tan fuera.
Pero me siento lleno, inmenso, rebosante de nada, de todo. Poseo la fuerza necesaria para romper la realidad de un golpe certero. La vida me intriga tanto como para exprimirla hasta el fin. Al cruzarme con sus caras ausentes, lejanas, padezco desde rabia hasta incertidumbre. Viviendo en cáscaras vacías, con pies de trapo y polvo en las retinas. Contemplando atardeceres llenos de mentira, objetos que no existen. ¿Quiénes sois? Los que habitan en la oscuridad no temen ser deslumbrados pero se pierden el candor de la llama viva.
En las tardes de otoño me gusta meditar. Con mi antorcha asusto a la penumbra. Temo acercarlo demasiado a vuestros ojos, pues podríais cegaros. Quisiera despertaos, mostraos mi mundo, un mundo que ni yo entiendo, en el cual las contradicciones son necesarias como un pilar maestro. ¿Quién tiene el derecho?¿Quién la autoridad para discernir entre la cordura y la locura? ¿Qué son ambas salvo meras palabras creadas por una mente ya de por sí enferma? Desde la ardiente oscuridad me acusáis de blasfemo, teméis mis acciones, me miráis con desprecio. Al menos yo dejé de confiar en mis sentidos tiempo atrás. Nada existe hasta que es observado, mundo de espectros; todo existe hasta que es corrompido por la consciencia.
Nada tiene sentido salvo la nada, pero no me hagáis caso. ¿Lo creo yo? Soy un perturbado, un loco, tan loco que se encuentra en el límite de la cordura, un personaje socialmente perdido... que busca encontrarse.
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